Por supuesto, porque qué mejor manera de arruinarte el día que recordar lo feliz que fuiste en algún momento. Los recuerdos son como mascotas emocionales: los alimentas con momentos bonitos, los cuidas con cariño, los atesoras con la esperanza de que siempre te hagan sonreír… y luego, cuando menos lo esperas, te muerden el alma sin piedad.
Todo parece ir bien hasta que el universo decide jugar contigo y pone en tu camino una canción, un olor o una notificación de “hace un año” en redes sociales. Y allí estás, en plena crisis existencial, preguntándote en qué momento pasaste de la risa al llanto, mientras tu cerebro, muy oportuno, te proyecta en HD y con sonido envolvente el mejor episodio de tu vida pasada. ¡El drama es ineludible!. Y cuanto más intentas distraerte, más detalles aparecen para recordarte lo que ya no es.
Pero los recuerdos no solo te hacen llorar por nostalgia. No, no. También están los de vergüenza pura, esos que llegan sin previo aviso para recordarte tus momentos más bochornosos. Como aquella vez que dijiste algo estúpido en una reunión, o cuando mandaste un mensaje que jamás debió haber salido de tu cabeza. Esos no solo te sacan lágrimas, sino que te hacen querer meterte en un agujero y no salir nunca más.
Y lo peor es que la memoria no respeta horarios ni situaciones. Puedes estar teniendo el mejor día, disfrutando con amigos, concentrado en el trabajo, y de repente, sin previo aviso, un flashback inoportuno se cuela en tu mente y te roba la paz. Intentas ignorarlo, pero ya es tarde: has caído en la trampa de los recuerdos y ahora estás condenado a revivir una y otra vez esa escena que preferirías olvidar.
Tal vez la solución no sea huir de los recuerdos, sino aprender a mirarlos con otros ojos. En vez de dejar que nos arruinen el día, podríamos verlos como testimonios de que hemos vivido, de que hemos sentido intensamente. Porque al final del día, los recuerdos no son más que cicatrices del alma, marcas de todo lo que nos ha hecho ser quienes somos. Y aunque duelan, aunque a veces nos traicionen con su inoportuna aparición, también nos recuerdan que seguimos aquí, construyendo nuevas historias que, con suerte, en el futuro solo nos harán sonreír.