¡Por supuesto!. No hay combinación de palabras más poderosa, devastadora y exquisitamente satisfactoria que un buen «te lo dije». Es el Ferrari de las frases, el platillo gourmet del lenguaje, el equivalente verbal de ver caer un dominó tras otro cuando sabes que la caída era inevitable.
Porque seamos honestos, no hay nada más gratificante que presenciar el momento exacto en que alguien, después de hacer exactamente lo que le dijiste que NO hiciera, regresa con cara de derrota, esperando un poco de consuelo, un abrazo, quizá un “bueno, al menos lo intentaste”… pero no. Lo único que se merece, servido en bandeja de oro, es un «te lo dije» bien frío, con una guarnición de “es que no escuchas” y un toque de “pero tú siempre sabes más, ¿no?”.
El mejor escenario es cuando te ignoraron con descaro. Cuando, con toda la paciencia del mundo, advertiste que esa relación era un tren descarrilándose en cámara lenta, que esa “increíble oportunidad de inversión” olía más a estafa piramidal que a negocio legítimo, o que ese plan tan «visionario» solo tenía dos caminos: el fracaso o el desastre absoluto. Pero claro, tú qué vas a saber. Porque resulta que, en este mundo, la experiencia y el sentido común no valen nada cuando alguien está decidido a hacer el ridículo por cuenta propia.
Y lo mejor es que el «te lo dije» tiene variantes, porque hay niveles de humillación:
El sutil: «No quiero decir ‘te lo dije’… pero te lo dije.» (acompañado de una sonrisa condescendiente).
El recordatorio histórico: «¿Recuerdas cuando te advertí sobre esto? No, no te preocupes, yo sí recuerdo perfectamente.»
El de enseñanza forzada: «Bueno… al menos ahora aprendiste por las malas.» (Traducción: “¿Ves por qué deberías escucharme?”).
El sarcástico premium: «¿Cómo podríamos haberlo evitado? Ah, sí… ESCUCHÁNDOME.»
En fin, pocas cosas en la vida dan tanto placer como ver el mundo validar tu clarividencia. Y aunque nos gustaría ser humildes y decir que no nos regodeamos en ello… eso sería una vil mentira.