Dicen que la Copa Perú es la «Champions League del pueblo», pero en realidad es más bien un experimento sociológico con reglas difusas. Equipos que surgen de la nada, jugadores que desaparecen misteriosamente antes de los partidos, campos de juego que parecen escenarios de guerra, y finales en las que los goles pueden valer más dependiendo del humor del árbitro. Con más de 1,000 equipos participando, cualquier cosa puede pasar. Y pasa.
Ahora que la han rebautizado como Liga3, uno podría pensar que se viene un torneo más organizado, más serio, más profesional. Pero no nos engañemos. La esencia de la Copa Perú no se extingue así de fácil. Si algo nos ha enseñado la historia es que este torneo es la máxima expresión del realismo mágico futbolístico: equipos con nombres imposibles como Venus, Diablos Rojos, Duendes, Los Magníficos; futbolistas que viajan dos días en bote para llegar a un partido y árbitros que deben salir escoltados por la policía (cuando la hay).
Pero si la Copa Perú ya era una competición de supervivencia, ahora hay un nuevo reto: pagar. Porque en su infinita sabiduría, Agustín Lozano, presidente de la Federación Peruana de Fútbol, ha decidido que cada uno de los 37 equipos participantes debe desembolsar 10,000 dólares para competir en esta «fiesta del fútbol macho». En total, la FPF ha recaudado la nada despreciable suma de 370,000 dólares, dinero que, sin duda, será utilizado para mejorar el torneo… o al menos eso nos gustaría creer. Con esa cantidad se podrían arreglar estadios, comprar balones que no se pierdan en los ríos o, por qué no, pagar a los árbitros para que no teman por sus vidas en cada partido. Pero claro, eso sería demasiado lógico.
Hablando de árbitros, estos son algo más que simples jueces en el campo: son auténticas marionetas, con decisiones tan impredecibles como el clima en la sierra, costa y selva. Su labor no solo implica aplicar el reglamento, sino también esquivar botellazos, correr más que los jugadores cuando la hinchada invade la cancha y, sobre todo, rezar para salir vivos del partido. No es casualidad que, en promedio, al menos 20 árbitros sean agredidos en cada edición del torneo, ya sea por hinchas furiosos o incluso por los propios jugadores. Ser árbitro en la Copa Perú no es cuestión de talento ni de preparación física, sino de coraje (o de un contrato de vida con una funeraria de confianza).
Cinco hechos insólitos que solo pueden pasar en la Copa Perú
Si aún queda alguna duda de que la Copa Perú es el torneo más surrealista del planeta, aquí van cinco joyas que refuerzan su leyenda:
Vacas en el Campo
Todo se desarrollaba con normalidad en el encuentro entre Expreso Inambari y Minsa en la Segunda Fase de la Etapa Provincial de Tambopata, cuando unas vacas decidieron hacer su debut en el fútbol macho. No solo ingresaron al campo, sino que persiguieron a los jugadores, agregando un nuevo nivel de dificultad al partido.
Abejas Asesinas
En noviembre, el árbitro Miguel Santibáñez fue picado por una abeja antes del inicio del duelo entre CNI y Unión Huaral, lo que obligó a retrasar el partido. Porque en la Copa Perú no solo los jugadores y los hinchas son peligrosos, también la fauna tiene su propia agenda.
La ‘Eva Carneiro’ de la Copa
Un jugador sufrió una lesión en pleno partido, pero ni ambulancia ni personal médico estaban disponibles. ¿La solución?. Su propia madre entró al campo con un botiquín de hierbas medicinales y resolvió la situación a la manera más tradicional posible.
El Show de la ‘Pepa’ Baldessari
El mítico ‘Pepa’ Baldessari, en un episodio que debería ser estudiado en las academias de periodismo deportivo, denunció un intento de soborno y, como prueba irrefutable, mostró un puñado de billetes en plena entrevista. Porque en la Copa Perú, las pruebas van directo al espectáculo.
Batallas Campales y Estadios Imposibles
Las peleas entre jugadores, hinchas y dirigentes son el pan de cada día, con árbitros que acuden a la Policía para salvar el pellejo. Y si eso no es suficiente, hay escenarios de juego que desafían cualquier lógica, como la famosa cancha en la Plaza de Armas de Villa Tinquerccasa, Yauli, donde el área chica es más pequeña que una losa de fulbito. Un precio bastante alto por el derecho a jugar en estadios sin graderías, con hinchas que consideran normal que el árbitro termine el partido si las cosas se ponen demasiado intensas. Porque aquí, más que un campeonato, se vive una guerra futbolística sin reglas claras, donde la única certeza es que todo puede pasar, desde equipos que desaparecen misteriosamente hasta invasiones de cancha con consecuencias épicas. Y así, con su nueva etiqueta de Liga3, la competición más excéntrica del mundo sigue su marcha. Cambiarle el nombre no la hará menos surrealista. Al contrario, quizá la hará más fascinante, y, sin duda, más digna de un documental de National Geographic. Porque la Copa Perú puede cambiar de nombre, pero nunca de esencia: la verdadera guerra sin fusiles del fútbol sudamericano.