Alguna vez —hace muchas lunas— hubo congresos mediocres, corruptos y vergonzosos. Pero había algo que los diferenciaba de este Parlamento: al menos disimulaban. Fingían, maquillaban sus fechorías, guardaban las apariencias. Hoy, ni eso. El Congreso actual ha roto todos los récords, ha cruzado todas las líneas y se ha graduado con honores en la universidad del descaro nacional. Ya no es solo un refugio de impresentables: es un parque temático de la impunidad. Es el Circo de la Corrupción Permanente, con sus 35 congresistas investigados —y contando— como estrellas principales del show.
Porque vamos, si el Congreso del Perú fuera una serie de Netflix, estaría clasificada como comedia negra… o terror político. La sinopsis sería simple: «Un país atrapado en un Parlamento tan insólito, que sus escándalos parecen escritos por guionistas borrachos». Y es que los casos no son solo graves: son surrealistas. Hay de todo: narcopolíticos, estafadores creativos, extorsionadores con licencia, recolectores de diezmos, artistas del recorte salarial, expertos en turismo parlamentario… Una fauna legislativa que haría palidecer al elenco completo de «La Casa de Papel».
Aquí no cae nadie (solo la decencia)
¿Investigaciones fiscales?. Por supuesto. ¿Sanciones reales?. No, no se emocionen. Eso sería pedirle mucho al Congreso. Aquí las denuncias ingresan a la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales, ese elegante cementerio de casos, donde los expedientes entran con vida y salen —si es que salen— momificados. ¿Resultado?. De 35 investigados, solo dos sancionados. Los demás siguen felices, cobrando como si nada, blindados por colegas tan generosos como convenientes. Porque en el Congreso peruano el lema es claro: «Hoy por ti, mañana por mí».
Los intocables del Pleno
Y mientras tanto, los escándalos siguen creciendo. Votos con descaro. Contratos amarrados. Sueldos recortados a trabajadores. Leyes hechas a la medida de mafias y lavadores de activos. Porque aquí no se legisla para el pueblo: se legisla para los clientes. Y los clientes —vaya coincidencia— siempre tienen billetera generosa.
¿Regulación de actividades ilícitas?. No pues, no se pasen. Aquí la prioridad no es regular, es garantizar impunidad. Lo único que avanza rápido en este Congreso son las dietas, los viáticos y los viajecitos estratégicos a nombre de la patria, pero planificados con precisión suiza para coincidir con cumpleaños, aniversarios o escapadas familiares. Turismo parlamentario de alto nivel.
¿Recorte de sueldos a trabajadores del despacho?. Claro, eso aquí no es corrupción, es «acuerdo privado». ¿Negociación incompatible?. No, es «facilitar la gestión». ¿Blindaje político?. No, es «solidaridad de bancada». El cinismo ha llegado a niveles olímpicos.
Y por si no fuera suficiente, aprobaron la reelección parlamentaria. Porque este show merece segunda temporada. ¿Por qué privar al país de seguir disfrutando de estos próceres del cinismo nacional?. Total, los peruanos ya estamos acostumbrados a pagarles sueldos, asesores, bonos, viajes y viáticos… para que legislen contra nosotros.
Justicia a paso de tortuga (con reumatismo)
La Fiscalía puede denunciar lo que quiera. Puede abrir investigaciones, organizar operativos y hasta montar shows mediáticos. Pero al final, quien decide si un congresista será procesado es… otro congresista. La verdadera «comisión de amigos». Así, las investigaciones quedan congeladas, los plazos se estiran y la indignación ciudadana se diluye, hasta que el escándalo pase de moda. Porque aquí la justicia es lenta, pero la desvergüenza es imparable.
El Gran Final: ¿Vamos a cambiar de elenco?
La conclusión es tan simple como dolorosa: este Congreso es probablemente el peor de la historia. No solo por sus escándalos, sino por su nivel de resistencia, descaro y autoblindaje. Lo más grave no es que haya 35 investigados. Lo grave es que podrían ser más. Lo grave es que podrían reelegirse.
¿La salida?. No es esperar milagros judiciales. Es usar el arma más poderosa que tenemos los ciudadanos: el voto. No reelegir a ninguno. No regalarles una segunda temporada en este circo de la vergüenza. Cambiar de elenco. Mandarlos al olvido, al archivo final. Porque si algo nos ha enseñado este Congreso es que mientras sigan ahí… el show no solo debe continuar: continuará burlándose de todos.