El crimen agroindustrial: plaguicidas y veneno en tu mesa

Por: Blasco Whirth
En un país donde los escándalos se tapan con comunicados y las crisis se maquillan con tecnicismos, el Perú vuelve a tropezar con la misma piedra: la inoperancia del Estado. Esta vez, el escenario es el campo. El crimen, silencioso y letal, lleva años sembrándose entre pesticidas ilegales, plagas incontrolables y funcionarios complacientes. La reciente cancelación del registro del plaguicida PMF-120 por parte del SENASA no es un acto heroico: es una confesión tardía del desastre que ya se había instalado. Un desastre que compromete la salud pública, la economía nacional y la reputación de nuestros productos en el mundo.

Y como siempre, mientras la podredumbre avanza, el Estado peruano —ineficiente, ausente e incapaz— aplaude su propia negligencia desde el palco, mientras la agroindustria se desangra.

El PMF-120 era, hasta hace poco, un plaguicida clave en la lucha contra la mosca de la fruta, una de las plagas más devastadoras que ha golpeado la agroexportación peruana. Mangos, cítricos, paltas: productos estrella del Perú en mercados como EE.UU. y Europa, hoy manchados por las restricciones impuestas tras encontrar trazas de esta plaga. Pero lo que parecía un problema técnico, en realidad es el síntoma de una podredumbre más profunda.

El plaguicida fue cancelado por “falta de veracidad” en la información presentada para su registro. Es decir: nos mintieron. Nos vendieron veneno como solución. Nos disfrazamos de una trampa como herramienta agrícola. Y SENASA, ese supuesto guardián de la sanidad agraria, lo permitió. Durante años. En silencio. El control del pecado es real. ¿Complicidad, ineficiencia, corrupción? En el Perú, las tres siempre vienen juntas.

Mientras la Sociedad Nacional de Industrias lanza alertas, el Estado actúa cuando ya no hay nada que salvar. ¿Dónde estaba SENASA cuando se vendían plaguicidas adulterados, de contrabando o con registros amañados? ¿Dónde estaba el gobierno cuando los agricultores aplicaban sustancias tóxicas sin saber que estaban envenenando sus tierras, sus cuerpos y nuestros alimentos?.

La presencia de productos no regulados en el agro peruano no es solo una amenaza para el comercio exterior. Es un atentado contra la salud de cada peruano que consume frutas y verduras creyendo que son “frescas y saludables”. Es una burla a la seguridad alimentaria. Es una sentencia silenciosa contra los agricultores, especialmente los pequeños productores, que terminan siendo víctimas de un sistema que les ofrece veneno envuelto en falsas soluciones.

¿Y qué hace el Estado ante esto? ¿Refuerza la fiscalización? ¿Informa a los agricultores? ¿Sanciona a los responsables? No. Lo que hace es reaccionar tarde, emitir resoluciones, y felicitarse por haber “detectado” algo que ellos mismos permitieron durante años. Porque en el Perú, lo que no se ve, no existe. Y lo que se descubre, se tapa. O se celebra como si fuera un logro, cuando en realidad es una vergüenza institucional.

La crisis agroindustrial que vivimos no es producto de la mosca de la fruta ni de un plaguicida mal registrado. Es el resultado de un Estado débil, cómplice, corrupto y negligente. Un Estado que ha permitido que los alimentos se contaminen, que la salud de los trabajadores agrícolas se ponga en riesgo, que la imagen del Perú en el mundo se deteriore, todo por no fiscalizar, no regular, no actuar a tiempo.

La agroindustria no solo alimenta al país: sostiene millones de empleos, genera divisas, impulsa regiones enteras. Pero si seguimos permitiendo que el veneno se mezcle con la codicia, que la informalidad se instale como norma, y que las autoridades funcionen solo por reacción y no por prevención, el Perú no solo perderá mercados. Perderá credibilidad. Perderá salud. Perderá futuro.

Hoy el problema no es solo un plaguicida. Es un sistema podrido. Es un país donde el veneno se legaliza con una firma, donde la salud se contamina con burocracia, y donde la corrupción se fertiliza con impunidad. Y si no exigimos cambios radicales ahora, mañana será tarde. Muy tarde. Porque cuando el campo se envenena, la sociedad entera enferma.

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