Por: Aquiles Nogara
Cuando un país fracasa en educar a sus niños, fracasa en todo. Y el Perú no está fracasando: el Perú está delinquiendo contra su propia infancia. Aquí no hay equivocaciones inocentes ni errores de cálculo. Aquí hay crimen social, negligencia criminal, abandono sistemático. La educación peruana es hoy un campo de guerra donde los niños son las víctimas silenciosas de un Estado inoperante, corrupto e insensible.
Mientras Dina Boluarte juega como ser animadora de colegio, entonando canciones con los niños como si eso resolviera la miseria educativa, la realidad es brutal: el sistema educativo peruano está colapsado, destruido, convertido en un cementerio de sueños. Pero lo más grave no es el presente devastado —que ya es indignante—, lo más grave es el futuro que estamos sembrando: un país condenado a criar generaciones de resentidos sociales, abandonados intelectualmente, y con una rabia legítima contra todo lo que representa el poder.
¿De qué educación hablamos en el Perú? De una educación que sobrevive con profesores que no reciben capacitación adecuada, abandonados a su suerte, desmotivados y utilizados como carne de cañón en un sistema que los explota y desprecia. ¿Qué modelo educativo puede funcionar cuando los maestros no cuentan con herramientas, metodologías actualizadas ni infraestructura mínima para enseñar con dignidad?
La realidad en los colegios del Perú es de terror. Aulas que se caen a pedazos. Techos que se desploman. Escuelas construidas hace décadas que hoy son museos del abandono. Y lo más escandaloso: colegios recién construidos —con la bendición corrupta de las autoridades— que ya se desplomaron, se agrietaron o desaparecieron como el dinero que se robaron sus constructores.
Y como si esto no bastara, el Estado peruano ha cruzado todas las líneas de la miseria humana: repartir conservas con gusanos y alimentos podridos a niños de colegios públicos. Ese no es un error logístico. Eso es un crimen. Eso es maltrato infantil institucionalizado. Eso es un acto miserable de un gobierno que, sin vergüenza alguna, deja que los niños pobres se alimenten de basura mientras sus funcionarios se reparten licitaciones, prebendas y sobrecostos.
Pero el problema de la educación peruana no es solo infraestructura o alimentación. Es mucho más profundo. Es estructural. Es ideológico. Es político. Porque un Estado que educa mal es un Estado que se asegura ciudadanos obedientes, manipulables, sin capacidad crítica. Y eso es lo que más le conviene a esta clase política putrefacta: un pueblo ignorante que no les cuestione nada.
No es casualidad que Dina Boluarte crea que cantando una canción en un colegio está solucionando el problema educativo. Ella, como sus antecesores, quiere entretener al pueblo, no educarlo. Quiere distraer con shows de utilidad mientras el verdadero problema sigue podrido de raíz.
Pero que no se engañen. Porque lo que están sembrando es una bomba de tiempo social. Están criando niños que mañana serán adultos frustrados, sin herramientas para enfrentar la vida, sin oportunidades reales, pero con algo que nadie les podrá quitar: el resentimiento, la rabia, la indignación contra un Estado que los usamos, los mintió y los abandonados.
Y ese resentimiento social tendrá consecuencias. Implicancias sociológicas, psicológicas y políticas de proporciones que hoy no imaginan estos políticos cínicos. Porque un niño que crece en el abandono no olvida. Y un joven sin oportunidades no perdona.
Educar bien hoy es no castigar mañana. Pero el Perú está haciendo todo lo contrario: está castigando hoy y preparando el desastre social del mañana. No hay crimen más grave que traicionar a los niños. No hay corrupción más repugnante que la que roba el futuro de un pueblo.
Lo que estamos viendo no es solo el colapso de la educación. Es el colapso de la ética, de la decencia, de la responsabilidad pública. Es la derrota más vergonzosa de un Estado que ha dejado de gobernar para su gente y solo gobierna para sus bolsillos.
Que nadie se engañe: un país sin educación de calidad es un país condenado a repetir su miseria una y otra vez. Y el Perú, lamentablemente, camina directo hacia ese destino infame.
Los niños del Perú merecen mucho más que canciones baratas. Merecen respeto. Merecen un futuro. Merecen un país que los eduque para ser libres, no esclavos de la ignorancia.
Porque si no educamos bien hoy, mañana no habrá cárcel ni policía suficiente para controlar la rabia de una generación traicionada. Esa es la verdadera herencia que nos está dejando este Estado miserable. Esa es la factura que tarde o temprano tendremos que pagar.
Y cuando llegue ese día —que llegará—, que nadie diga que no lo advertimos.