El Mundial 2030 se cocina en los escritorios: entre homenajes, marketing y sospechas. La historia del fútbol, esa que nació con pasión y barro en los estadios de Montevideo en 1930, parece estar en peligro de ser devorada —una vez más— por los tentáculos del negocio desmedido. Esta semana, Alejandro Domínguez, presidente de la CONMEBOL, sacudió las bases del balompié mundial al proponer en conferencia de prensa que el Mundial 2030 —en honor a los 100 años del primer torneo— se jugará con 64 selecciones. Sí, 64. Porque al parecer, en el fútbol moderno nada es suficiente y siempre se puede facturar un poco más.
El pedido fue presentado ante la FIFA en el marco del 80° Congreso Ordinario de la CONMEBOL. Domínguez, con tono solemne y discurso romántico, aseguró que la idea busca «que todos los países del mundo puedan vivir la experiencia de un Mundial». Una fiesta global, dijo. Un homenaje único, repitió. Pero detrás de los discursos edulcorados, los aplausos de los dirigentes y los flashes de las cámaras, los viejos fantasmas del fútbol reaparecen: negocio, poder, intereses ocultos y reparto de millones.
¿Un Mundial inclusivo o un Mundial inflado?
El proyecto plantea que el Mundial 2030 se juegue en tres continentes de manera simultánea: Sudamérica (con Argentina, Uruguay y Paraguay como sedes inaugurales), Europa (España y Portugal) y África (Marruecos). Una logística descomunal que costará cifras astronómicas y que requiere una ingeniería comercial, televisiva y organizativa jamás vista.
¿Quién gana realmente con esta expansión?. Las cifras son claras: más partidos equivalen a más transmisiones, más derechos televisivos, más entradas vendidas, más patrocinadores… y, por supuesto, más dinero que fluye a las arcas de FIFA y de los organizadores locales.
Alejandro Domínguez lo sabe. Gianni Infantino lo sabe. Y los presidentes de las federaciones involucradas también. Lo llaman «fiesta del fútbol» pero lo celebran como «fiesta de contratos».
Uruguay, el romántico… que también quiere caja
Ignacio Alonso, presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), se apresuró a decir que la idea de los 64 países «salió de Uruguay». Según él, no se trata de un capricho económico sino de una oportunidad histórica para «hacer algo diferente» en los 100 años del Mundial. Y aunque los discursos suenan nobles, la realidad del fútbol moderno no deja mucho espacio a la ingeniosidad.
Es evidente que Uruguay, un país pequeño en recursos y estadio, necesita aliados comerciales poderosos para sostener su rol de sede mundialista. Lo mismo ocurre con Paraguay y Argentina. De hecho, desde la Asociación Paraguaya de Fútbol ya se lanzaron a confirmar que «los tres países están clasificados» automáticamente al Mundial 2030. Una afirmación que, aunque no está oficializada por FIFA, demuestra que en el fútbol de hoy las decisiones se toman antes en los escritorios que en la cancha.
La FIFA y su Mundial XXL
Esta propuesta llega después de que la FIFA ya había inflado el Mundial 2026 a 48 equipos (Estados Unidos, México y Canadá). Ahora, para el 2030, el objetivo sería estirar aún más las fronteras del torneo, llevar a 64 selecciones y repartir partidos por el mundo como quien reparta acciones en una empresa multinacional.
¿Dónde quedó el juego limpio?. ¿Dónde quedaron los méritos deportivos?. ¿Dónde quedó la verdadera competencia?. La expansión ilimitada de los torneos empieza a reflejar un mensaje preocupante: en el fútbol moderno, todo se vende, todo se compra, todo se negocia. Incluso los sueños.
El Mundial es de todos… pero lo manejan unos pocos
Detrás del discurso de fiesta global, de homenaje a los 100 años y de inclusión planetaria, lo que se cocina es un Mundial hecho a medida de los intereses comerciales más poderosos. Un Mundial de 64 equipos que genera más preguntas que respuestas: ¿Están los países más humildes preparados logísticamente?. ¿Habrá una clasificación justa o cupos por amiguismo?. ¿Quién controlará la transparencia de los contratos?.
El fútbol merece homenajes. El Mundial merece ser celebrado. Pero no a costa de la ética, de la competencia justa ni de la dignidad de los hinchas. No a costa de convertir la mayor fiesta deportiva del mundo en un supermercado de partidos y derechos televisivos.
Porque el fútbol, como la vida, no debería ser solo para los que más paganos. El fútbol es de los que sienten, de los que sueñan y de los que sudan la camiseta. Aunque Alejandro Domínguez y sus aliados insistan en hacer del Mundial 2030 un festín para pocos con la excusa de incluir a muchos.
Bienvenidos al Mundial de los 64 dueños. Ojalá la historia no los juzgue solo por lo que ganaron… sino también por lo que destruyeron.