En la tierra donde los hospitales públicos colapsan y los médicos reclaman sueldos impagos, la presidenta de la República se sometió a una cadena de cirugías estéticas mientras firmaba decretos desde la camilla, evadía el pago al cirujano y respondía con la ya célebre frase que resume su liderazgo: “no tengo plata”.
No es una parodia. No es una caricatura de el peruano. Es el Perú, versión 2025, dirigido por una mandataria que, como reveló el semanario Hildebrandt en sus trece, se ausentó 12 días del cargo para someterse a intervenciones estéticas, no pagó al médico Mario Cabani y, al ser increpada, mandó un sobre con 4.500 dólares en efectivo sin acreditar su procedencia.
Según el reportaje de Hildebrandt en sus trece, Dina Boluarte se sometió a cuatro procedimientos estéticos —blefaroplastia, rinoplastia, bichectomía y lipotransferencia— realizados en la clínica del doctor Mario Cabani entre junio y julio de 2023. Durante ese periodo, la presidenta desapareció de sus funciones por al menos 12 días, sin que se emitiera ningún comunicado oficial sobre su “reposo”, ni existiera una declaración pública sobre el verdadero motivo de su ausencia.
Y si ya eso suena escandaloso, el relato posterior es de antología: el doctor Cabani declaró al Ministerio Público el pasado 30 de abril durante una diligencia de seis horas, y sostuvo que Boluarte no pagó lo pactado, argumentando que “no tenía dinero”, pero que semanas atrás envió —por medio de un emisario— un sobre con 4.500 dólares en efectivo. Cabani, demostrando una decencia profesional superior a la ética gubernamental, le mandó una carta notarial pidiendo que se acredite la procedencia legal de ese dinero.
A la fecha, no hay respuesta de Palacio. Ni carta, ni comprobante, ni boleta, ni pronunciamiento. Tampoco hay pronunciamiento de la SUNAT sobre el origen del dinero. Ni investigación formal sobre la evasión de un pago privado por parte de la mandataria. Y mientras tanto, el Ministerio Público acumula nuevas pruebas.
Según reveló el programa Cuarto Poder (28 de abril de 2024), se ha solicitado un peritaje a los 10 decretos supremos que Boluarte firmó mientras estaba en reposo quirúrgico. El fiscal Hernán Mendoza Salvador evalúa si se configura el delito de abandono de cargo y omisión de funciones. En otras palabras, el país fue gobernado desde el quirófano, con bisturí en mano y firma en piloto automático.
Pero esto no es todo. La periodista Anuska Buenaluque, en su nota para Cuarto Poder, también accedió al testimonio de una testigo protegida —identificada como código 15-2024—, quien confirmó que la presidenta empezó a planear estas cirugías desde marzo de 2023, delegando la búsqueda de médicos a su asistente, Patricia Muriano. El primer cirujano se negó porque no había necesidad médica. Así que Boluarte insistió, buscó otro, y finalmente se operó con quien aceptó cumplir sus caprichos sin chistar.
Y aquí el detalle más perverso: según esa misma fuente, la mandataria se llevó su historia clínica sin autorización, violando protocolos de confidencialidad, ética médica e incluso normas legales básicas. ¿Por qué?. Porque aquí la ley no se aplica en Palacio, solo en consultorios comunes.
Dina Boluarte no solo se operó el rostro. Se anestesió el cargo, se extirpó la transparencia y se aplicó relleno a la rendición de cuentas. Este escándalo no es solo una anécdota bochornosa: es un reflejo descarnado del poder impune en el Perú. Mientras el ciudadano común debe declarar hasta los recibos de su chifa si trabaja para el Estado, la presidenta puede ausentarse, operarse, no pagar, mandar sobres con dinero y seguir en el cargo como si nada hubiera pasado.
Porque aquí, la presidencia se ejerce sin ética, se gestiona sin límites y se encubre con el silencio institucional. La ley se aplica con lupa al ciudadano, pero con vendas al Ejecutivo. Y mientras todo esto ocurre, el Congreso calla, la Contraloría observa desde su palco, y la justicia aún decide si se atreve a investigar o prefiere dormir otra siesta quirúrgica.
El rostro puede haber cambiado, sí.
Pero el país ya vio lo que hay detrás de la máscara.
Y no se olvida.