Por Edwin Gamboa, fundador Blog La Caja Negra
El Perú está en piloto automático. La criminalidad avanza, los cuerpos se acumulan, las regiones están tomadas, y el país parece gobernado por un software desactualizado que ya no responde. No hay timón. No hay dirección. No hay liderazgo. Y lo peor es que ya nadie espera que lo haya.
Dina Boluarte no gobierna: resiste, finge, sobrevive. A 448 días del 28 de julio de 2026, su única preocupación es llegar con vida política a esa fecha. O evitar que la vacancia se la lleve antes. Mientras el país arde, ella ensaya respuestas para justificar sus operaciones estéticas, sus joyas, sus Rolex prestados y —dicen algunos— hasta su posible asilo político si la situación se desborda. No hay plan de seguridad. No hay estrategia de justicia. No hay visión de país. Solo una agenda desesperada de autodefensa personal.
En este contexto de abandono institucional, surge una pregunta cada vez más frecuente entre ciudadanos frustrados:
¿Y si Bukele fuera peruano?. ¿Qué haría si gobernara el Perú?. ¿Cómo aplicaría su método?. ¿En cuánto tiempo pondría orden donde hoy reina el caos?.
Día 1: Estado de excepción con autoridad real
Nayib Bukele no se tomaría semanas para evaluar escenarios ni elaboraría discursos vacíos. Declararía un estado de excepción nacional total, con control territorial inmediato, suspensión selectiva de derechos para criminales y despliegue operativo en zonas tomadas. No para la cámara. Para el resultado. Regiones tomadas por organizaciones criminales serían declaradas de alto riesgo, y el Estado entraría con fuerza legal, no con afiches y spots.
Mientras tanto, Dina Boluarte seguiría preocupada por si su reloj era prestado o regalo, y qué decir cuando le pregunten por sus cirugías ante la Fiscalía.
Semana 1–Mes 2: Inteligencia, intervenciones, detenciones
Bukele activaría una red integrada entre Reniec, Sunat, Migraciones, PNP, MTC, Ministerio Público y gobiernos locales. Cruce de datos, vigilancia satelital, auditorías exprés, interceptación legal de comunicaciones. Se acabarían los operativos improvisados: habría planificación, inteligencia e impacto. El objetivo: cazar no solo al que dispara, sino al que ordena, lava, financia, protege y se disfraza de autoridad.
En El Salvador, este método derivó en 75,000 capturas y la desarticulación de estructuras completas. En el Perú, al menos 50,000 capturas podrían lograrse en 6 meses si existiera decisión política. Pero aquí, se sigue negociando con el crimen desde los municipios, las obras públicas y hasta desde los curules.
Mes 3: Megacárceles en los Andes — lejos del poder, cerca de la justicia
La construcción de cinco megacárceles comenzaría en simultáneo. Inspiradas en el CECOT salvadoreño, con capacidad para hasta 30,000 internos cada una, estarían ubicadas en zonas inhóspitas, de difícil acceso, a más de 6,000 metros de altura.
Celdas sin ventanas, sin conexión exterior, sin lujos. Drones, cámaras térmicas, sensores de movimiento, bloqueadores de señal, guardianes blindados. Un pabellón especial estaría reservado para corruptos y políticos. Sería el primer penal con vista a los millones robados. El presupuesto saldría de eliminar asesores fantasmas, viáticos, contratos de consultorías absurdas y dietas congresales. El dinero sobra cuando no se roba.
Mes 4 a 6: Intervención institucional
Bukele no solo encarcelaría criminales. También intervendría el aparato estatal que los protege:
Fiscales que engavetan.
Jueces que liberan.
Policías que filtran.
Funcionarios que cobran.
Todos removidos. Todos reemplazados por equipos auditados, evaluados y fiscalizados por la ciudadanía. Porque mientras el sistema esté podrido, la impunidad será ley.
Mes 7 a 12: Resultados medibles
En menos de un año:
Homicidios reducidos en 60%.
Extorsiones desmanteladas en 70%.
Control territorial recuperado.
Cárteles económicos y políticos debilitados.
Megacárceles funcionando.
Un Estado que, por fin, vuelve a mandar.
Mientras tanto, en Palacio seguiríamos sin ver a Boluarte. Solo sabríamos de ella a través de algún comunicado, quizás redactado desde un país que le haya ofrecido asilo.
La receta Bukele no es infalible. Pero es clara. Tiene norte. Tiene fuerza. Tiene convicción. Y, sobre todo, tiene decisión política. Lo que no tiene hoy el Perú.
Dina Boluarte no gobierna. Administra su caída. Y lo hace mal. Cada día es un ensayo sobre cómo no decir la verdad. El Congreso no legisla, negocia. Las regiones administran el olvido. Y el pueblo, sobrevive.
Faltan 448 días. Pero el Perú no puede esperar 448 días más. Y si el 14 de mayo comienzan los paros regionales —en un país sin liderazgo, sin justicia y sin esperanza— entonces no será una protesta: será una tormenta.
Reflexión final:
El Perú no necesita a Bukele. Pero sí necesita lo que él tiene: decisión, coraje, liderazgo.
No basta con un nuevo rostro el 28 de julio 2026. Necesitamos un nuevo carácter de Estado.
Que gobierne para la vida, no para la defensa propia. Que no tema a las mafias. Que no les deba nada. Que no se maquille con comunicados ni se escude en cirugías.
Porque si seguimos votando por los mismos —por los que hoy nos entregan al caos— seremos cómplices de nuestra propia ruina.
Y no quedará nada que salvar.
Ni país.
Ni futuro.
Ni esperanza.