Por Edwin Gamboa – Fundador Caja Negra
Hoy es Día de la Madre en el Perú. Y mientras los spots publicitarios endulzan la pantalla con abrazos ficticios y frases vacías, mientras los políticos reparten flores entre cámaras y sonrisas impostadas, la realidad, esa que no entra en ningún comercial ni discurso oficial, grita más fuerte que nunca. Ser madre en este país no es un rol romántico: es un acto de resistencia. Es una hazaña cotidiana marcada por el abandono sistemático, por la indiferencia institucional, por la violencia estructural. Porque ser madre en el Perú es criar en medio del miedo, alimentar en medio del hambre, proteger en medio del caos. Hoy no es día de postales: es día de mirar con crudeza a esas mujeres que, sin presupuesto ni protección, cargan en sus espaldas lo que el Estado no quiere ni tocar.
Las verdaderas madres peruanas no están en las fotos oficiales. Están en los cerros, en los paraderos, en los hospitales sin médicos, en las escuelas sin maestros, en las ollas comunes que suplen la incapacidad estatal. Son ellas quienes madrugan para preparar desayunos con lo que quedó del día anterior, quienes recorren kilómetros para conseguir una vacuna, quienes crían hijos que a veces no volverán porque una bala, una pandilla o una injusticia les arrebató el futuro.
Con diez soles hacen magia. Con el cuerpo cansado sostienen hogares enteros. Con la voz temblorosa piden justicia. Mientras tanto, en otro mundo paralelo, la presidenta Dina Boluarte pretende cobra más de 36 mil soles al mes. Las congresistas también. Todas ellas, madres quizás, pero alejadas de esa maternidad que duele, que lucha, que sangra y que calla. ¿Cómo pueden hablar de familia mientras permiten que la delincuencia consuma barrios enteros, que la pobreza aumente, que las madres entierren a sus hijos sin explicación ni consuelo?.
Hablan de homenaje, pero votan leyes que recortan derechos. Se emocionan en discursos, pero blindan corruptos. Publican saludos en redes, pero ignoran los gritos de mujeres que buscan justicia por feminicidios, por desaparecidas, por violaciones que quedan impunes. Este Estado no cuida a las madres: las castiga. Las castiga con su ineficiencia, con su desgobierno, con su amnesia selectiva.
Y, sin embargo, ellas siguen. Porque no tienen opción. Porque no pueden renunciar. Porque aunque el país se venga abajo, su instinto de protección es más fuerte. Porque mientras los que mandan acumulan privilegios, las madres peruanas acumulan cicatrices… y aún así, sonríen. Por ellas va este homenaje. Por las que no salen en televisión. Por las que han convertido la pobreza en arte de supervivencia. Por las que crían con ternura en medio del terror.
Hoy no toca celebrar con hipocresía. Toca reconocer con dignidad. Este país le debe todo a sus madres, pero no les devuelve nada. Ellas son el verdadero poder popular, la fuerza que sostiene los cimientos podridos de un Estado indolente. No tienen asesores ni dietas congresales. Tienen principios. Tienen amor. Tienen temple. No son funcionarias del Estado, pero sí guardianas de la vida.
Este Día de la Madre no pedimos discursos ni rosas. Pedimos políticas reales. Presupuestos justos. Seguridad verdadera. Justicia sin excusas. Respeto sin condescendencia. Porque mientras no haya Estado que las respalde, las madres seguirán haciendo milagros con lo que tienen. Pero ya es hora de que ese milagro deje de ser una obligación y se convierta, al fin, en un derecho. Porque ellas lo dan todo. Y ya es tiempo de que este país les devuelva algo.