Por Edwin Gamboa, fundador del Blog La Caja Negra
Lo que está ocurriendo en el Perú ya no es una crisis institucional: es una degradación ética sin precedentes. Cada decisión del Ejecutivo parece diseñada no para gobernar, sino para proteger intereses personales y reciclar figuras quemadas, incapaces y desconectadas de la realidad. Y ahora, como si el Estado fuera un club de favores, la presidenta Dina Boluarte estaría por designar a Gustavo Adrianzén, ex premier censurado, como embajador del Perú ante el Vaticano.
¿En serio?. ¿Ese es el nivel?. El mismo personaje que minimizó la masacre de 13 mineros en Pataz y que no tuvo respuestas frente al avance del crimen organizado ahora sería premiado con una embajada en la Santa Sede. Esta posible designación no solo sería ofensiva para la diplomacia peruana: sería una bofetada a la decencia pública. Pero en este gobierno, eso parece ya una práctica sistemática.
No es un caso aislado. Es un patrón. Dina Boluarte ha demostrado que no gobierna con visión, sino con lealtades. Lo que presenciamos es la consolidación de una red de reciclaje político, donde ministros fallidos, censurados o repudiados por su ineficiencia no solo no rinden cuentas, sino que son protegidos, premiados y recolocados en cargos públicos de alto nivel.
Ahí está Juan José Santiváñez, censurado como ministro del Interior, hoy reubicado como jefe de monitoreo en Palacio de Gobierno y miembro de Sucamec. Ahí está Julio Demartini, exministro de Desarrollo e Inclusión Social, vinculado a una red de corrupción y negligencia dentro de Qali Warma, hoy asesor del Mincetur tras fallar su intento de enviarlo —también— al Vaticano.
Y ahora, Gustavo Adrianzén, el premier que abandonó el cargo antes de enfrentar la censura parlamentaria, como lo hizo también hace 10 años cuando era ministro de Justicia. ¿Su mérito?. Minimizar una masacre, no gestionar la inseguridad y justificar la inacción del Estado. Pero como en el Perú de Boluarte nada se castiga, se le ofrece una embajada. Una embajada ante el Vaticano, nada menos.
¿Qué mensaje estamos enviando al mundo?. ¿Que nuestro representante ante la Santa Sede será un político sin experiencia diplomática, con una hoja de servicio manchada por la indiferencia frente a una tragedia nacional?. Como lo dijo el excanciller Javier González Olaechea, “no tiene ningún pergamino” para ese cargo. Sería un error descomunal iniciar relaciones con el Papa León XIV con semejante despropósito.
Pero la verdadera pregunta no es por qué Boluarte lo haría. La verdadera pregunta es: ¿quién sostiene esta estructura de impunidad?.
El Congreso, por supuesto. Pero no solo como entidad abstracta. Con nombres, con bancadas, con cálculos. Alianza para el Progreso, encabezado por César Acuña, ya no disimula su copamiento del Estado. Ha colocado al ministro de Salud, al ministro de Transportes y al ministro de Economía. Tres ministerios clave.
Hoy, APP no es un partido. Es una agencia de empleos con oficina en el Congreso y sucursales en el Ejecutivo. Designa ministros como quien reparte hojas de vida. Con foto incluida. ¿Y la presidenta?. No manda. Solo firma.
El país está siendo repartido como un botín. Y la diplomacia peruana, una de las pocas áreas que aún conservaban algo de profesionalismo, ahora está siendo arrastrada a ese mismo lodo.
Lo que está en juego no es una embajada. Es el último rastro de decencia institucional. Si Gustavo Adrianzén llega al Vaticano, será una señal inequívoca de que la meritocracia está muerta, que la diplomacia es ahora un refugio para funcionarios fracasados y que el Perú oficial se ha divorciado por completo del Perú real.
Dina Boluarte está haciendo lo único que sabe hacer: blindar a los suyos, proteger su círculo, garantizarse silencio y lealtad mientras se acerca la cuenta regresiva del final de su mandato. A estas alturas no le interesa el bien común, solo su salvación personal. Y para eso está dispuesta a quemar lo poco que queda en pie.
Reflexión
El Perú no merece ser representado por el descarte. No en el Vaticano. No en ninguna parte. Una embajada no es una recompensa. Es un servicio al país. Pero en este gobierno, donde se premia la mediocridad y se castiga la dignidad, la diplomacia se ha convertido en el cementerio de los que no supieron gobernar.
Y si permitimos que esto se normalice, pronto no quedará institución que no haya sido devorada por la impunidad con etiqueta partidaria.