Conmebol: Alejandro Domínguez en escándalo financiero

Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Cuando la historia del fútbol sudamericano se cuente con honestidad, habrá que aceptar una verdad incómoda: la corrupción no fue erradicada con la caída de los viejos dirigentes, solo cambió de rostro y se adaptó a las nuevas formas de blindaje institucional. Esta semana, mientras la FIFA celebraba con pompa su Congreso en Asunción, una bomba estallaba en paralelo: Alejandro Domínguez, presidente de la CONMEBOL, ha sido denunciado ante la Comisión de Ética de la FIFA por presuntas irregularidades financieras, triangulación de pagos y posibles vínculos con lavado de dinero.

La denuncia, presentada de forma anónima y difundida por el medio argentino elDiarioAR (Paniagua, 2025), menciona cuentas bancarias en Dubái y Singapur, movimientos que no se corresponden con sus ingresos formales, estructuras fiduciarias y redes financieras opacas. ¿Y cuál ha sido la respuesta institucional?. Silencio. Ni Domínguez, ni la CONMEBOL, ni Gianni Infantino han ofrecido una sola palabra.

Porque cuando el sistema está diseñado para protegerse a sí mismo, el silencio es la primera línea de defensa. Y el fútbol, una vez más, queda atrapado en las manos de quienes lo explotan mientras se visten de salvadores.

Alejandro Domínguez asumió el mando de la CONMEBOL en 2016, tras el colapso institucional generado por el escándalo del FIFAGate. Prometió transparencia. Declaró públicamente que “nadie pone la mano en la lata”. Vendió la idea de una nueva era. Pero los indicios actuales demuestran que la limpieza fue superficial y que el modelo de negocios sigue operando en las sombras.

Según el reportaje de elDiarioAR, la denuncia apunta a operaciones sospechosas canalizadas a través de bancos en los Emiratos Árabes Unidos y Singapur —Standard Chartered Bank, Noo Bank y United Overseas Bank— que revelarían un patrón de depósitos y transferencias incompatibles con los ingresos formales del dirigente paraguayo. La sospecha no es menor: podríamos estar ante un esquema de lavado de dinero internacional en el corazón mismo de la estructura que gobierna el fútbol sudamericano.

La denuncia también sugiere vínculos entre estos flujos financieros y relaciones diplomáticas e institucionales con actores del mundo árabe, en una red paralela con similitudes al Qatargate, donde intereses económicos, geopolíticos y deportivos se mezclan sin transparencia. La narrativa de Domínguez como el reformador se desploma ante esta evidencia: los métodos cambiaron, pero el fondo sigue igual o peor.

Lo más grave, sin embargo, no es que se investigue a Domínguez. Lo más grave es quién lo protege. Y ahí entra Gianni Infantino, presidente de la FIFA, arquitecto del blindaje, operador principal de un modelo que prioriza el poder y el dinero antes que la integridad del deporte. Domínguez ha sido su socio estratégico en América del Sur, el alfil que empuja propuestas como la expansión del Mundial, el aumento de selecciones y la consolidación de la FIFA como una maquinaria global de negocios.

La denuncia contra Domínguez no surge en cualquier momento. Llega días antes del Congreso de la FIFA, donde se discuten asuntos trascendentales como el Mundial 2030, los cupos de participación y la gobernanza de federaciones. En otras palabras: el momento perfecto para el canje de favores y la consolidación del control político. ¿Y la ética?. Bien, gracias.

Mientras tanto, los hinchas —los verdaderos dueños del fútbol— siguen viendo cómo su deporte es administrado por burócratas que negocian detrás del telón. Los clubes padecen, los jugadores compiten en sistemas corruptos, y los países organizadores gastan millones para complacer los caprichos de estos directivos. ¿Y los organismos de control?. Están para la foto. O, peor aún, forman parte del engranaje.

Lo que está ocurriendo con Alejandro Domínguez no es un hecho aislado. Es el síntoma de un sistema podrido. Un sistema que se protege a sí mismo mientras se vende como transformador. Que premia a los que garantizan estabilidad política, aunque eso implique seguir operando bajo lógicas mafiosas.

El silencio de Infantino lo dice todo. La falta de reacción de la CONMEBOL lo confirma. Y la pasividad de las federaciones lo perpetúa. El fútbol está capturado. No por los hinchas. No por los jugadores. Sino por una clase dirigencial que opera con lógica corporativa y con una ética que se negocia al mejor postor.

Reflexión
Si Domínguez cae, no debe ser por oportunismo político. Debe ser por justicia. Y si no cae, entonces quedará claro que la FIFA no es una organización deportiva: es una estructura global que administra el fútbol como si fuera un negocio familiar.

Algo se pudre. Y no solo en Paraguay. También en Zúrich. También en Doha. También en los pasillos donde se decide qué vale más: un voto o una camiseta.

Y si los verdaderos protagonistas del fútbol no despiertan, un día se darán cuenta de que les arrebataron el juego.

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