EsSalud debe más 70 millones y pone en riesgo a pacientes

Por Edwin Gamboa, Fundador Caja Negra
En el Perú, enfermarse gravemente es casi una condena. Pero no por el diagnóstico, sino por el sistema que debería salvarte y te deja a la deriva. Hoy, más de 70 millones de soles en deudas acumuladas por EsSalud tienen en vilo a miles de pacientes con cáncer, VIH, hemofilia y enfermedades raras. No se trata de una advertencia futura. El colapso ya está aquí: proveedores sin pagos, tratamientos paralizados, hospitales desabastecidos, pacientes en cuenta regresiva. Y mientras la salud pública agoniza, las autoridades miran para otro lado, las oficinas guardan silencio, y los discursos siguen mintiendo.

Lo que está pasando con EsSalud no es nuevo, pero sí es más grave que nunca. La deuda a proveedores de medicamentos y dispositivos médicos ya ha superado el umbral de lo tolerable, y lo próximo es el quiebre total del abastecimiento. Los tratamientos que dependen de cadenas logísticas sensibles, como las quimioterapias, los antirretrovirales o las terapias huérfanas, están siendo interrumpidos o postergados, poniendo en riesgo real e inmediato la vida de miles de personas vulnerables. EsSalud no está respondiendo. Ni cronograma de pagos, ni estrategia de contingencia, ni rendición de cuentas.

La respuesta oficial es el mutismo. La presidenta ejecutiva de EsSalud no da la cara. El Ministerio de Trabajo se lava las manos. La Presidencia del Consejo de Ministros ni menciona el tema. Y FONAFE, la entidad que debería supervisar y fiscalizar la gestión económica del seguro social, se limita a leer cifras en comisiones congresales sin ofrecer una sola solución concreta.

Lo dijo con brutal claridad el propio coordinador del grupo de evaluación del Congreso: EsSalud está quebrado. No solo financieramente. También éticamente. Hay 35 hospitales de Nivel II y III abandonados. Hay equipos médicos con más de 15 años de antigüedad. Hay tomógrafos, resonadores y ecógrafos que deberían estar en un museo, no en una sala de emergencias. Y cuando el sistema colapsa, no colapsa en los pasillos administrativos: colapsa en los cuerpos de quienes necesitan tratamiento hoy, no mañana.

Los proveedores ya advierten un posible corte. Y no por capricho. Si no hay pagos, no hay entregas. Si no hay insumos, no hay tratamiento. Si no hay tratamiento, hay muertes. Así de simple. Así de cruel. Así de impune. La cadena no se rompe por la punta. Se rompe desde la cabeza: un Estado que posterga lo vital, que prioriza la burocracia sobre la urgencia, que habla de salud como un número y no como una vida.

La situación de EsSalud no puede seguir tratándose como un problema técnico, ni como una “deuda administrativa pendiente”. Lo que hay es una emergencia humanitaria. Una bomba de tiempo que ya empezó a estallar en los hospitales y que solo puede empeorar. Las autoridades deben dejar de hablar de evaluaciones y empezar a actuar. Ahora. No mañana. No después del informe. No cuando explote la prensa.

Cada día de espera es una sentencia más. Cada silencio oficial es una condena tácita. Cada vida que se pierde por desabastecimiento es responsabilidad directa de un sistema que eligió no prevenir.

Y si el Estado no puede garantizar medicamentos, tratamientos ni atención oportuna, entonces hay que decirlo con todas sus letras: en el Perú, enfermarse gravemente ya no es solo una tragedia. Es una traición institucional.

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