Infantino y Domínguez: rompiendo el espíritu del fútbol

Por Edwin Gamboa, Fundador Caja Negra
El fútbol mundial está siendo secuestrado, y los captores llevan corbata, habitan despachos lujosos y se codean con jefes de Estado. Mientras en las canchas se disputa el juego con pasión y talento, en los pasillos de la FIFA y la CONMEBOL se negocia el futuro del deporte como si fuera una transacción bursátil. La última propuesta de Alejandro Domínguez —presidente de la CONMEBOL— para aumentar a 64 las selecciones en el Mundial 2030, con el guiño complaciente de Gianni Infantino, confirma lo que muchos temían: el Mundial ya no se diseña para los mejores, sino para los más útiles políticamente.

Porque eso es lo que está detrás de esta propuesta: votos y millones. No fútbol. Lo que era una competencia de élite está a punto de convertirse en una feria de representaciones simbólicas, donde se prioriza la cantidad sobre la calidad, el espectáculo comercial sobre la esencia competitiva. Se está pervirtiendo la historia. Y se está haciendo a plena luz del día.

La idea de un Mundial con 64 selecciones no nace de una revolución deportiva. Nace del cálculo político. Cuantos más países clasifiquen, más federaciones votan agradecidas. Más contratos televisivos se firman. Más sponsors se frotan las manos. Y más poder acumulan los que manejan los hilos del fútbol desde Zúrich hasta Luque.

Gianni Infantino y Alejandro Domínguez insisten en el discurso de la inclusión, en que “el fútbol es de todos”, en que “nadie debe quedarse fuera”. ¿En serio?. El Mundial no se creó para que todos entren, sino para que los mejores compitan. Por algo el fútbol tiene eliminatorias. Por algo existe la palabra “clasificar”. Ampliar el cupo a 48 equipos en 2026 ya fue una distorsión. Pero ir a 64 en 2030 es dinamitar los cimientos del fútbol competitivo.

¿Queremos realmente ver mundiales donde el 40% de los partidos no tengan nivel?. ¿Queremos transformar la Copa del Mundo en un desfile de selecciones que están ahí solo para cumplir con una cuota, una geografía o un compromiso diplomático?. Esto ya no es un torneo. Es un canje.

Alejandro Domínguez lo dijo con tono mesiánico durante el Congreso de la FIFA en Paraguay: “Que nadie quede fuera. El Mundial es la fiesta más grande del planeta.” Pero no se engañen: no habla por el fútbol. Habla por sus votos. Habla por su reelección. Habla por la caja registradora y los millones.

Porque esta ampliación no es una decisión deportiva. Es una movida geopolítica dentro del ecosistema FIFA-CONMEBOL. A mayor número de selecciones clasificadas, mayor número de dirigentes contentos, más boletos de avión, más viáticos, más giras presidenciales, más inauguraciones, más embajadas ambulantes. El fútbol, en ese contexto, es apenas una excusa.

¿Y el Mundial 2030?. Ya está desnaturalizado desde su formato. Partidos en tres continentes. Juegos de inauguración en Sudamérica, fase de grupos en Europa y África. ¿Qué es esto?. ¿Un torneo o una ruta turística con auspicio de aerolíneas?. Se juega por “el centenario”, dicen. Pero si realmente les importara la historia, respetarían su espíritu: que el Mundial sea la cúspide de la competencia, no una vitrina de favores.

El fútbol no puede seguir gobernado por quienes lo entienden como negocio y no como deporte. Ampliar el Mundial a 64 selecciones no es democratizar el juego, es abaratarlo. Es convertir lo extraordinario en común. Es diluir el mérito en diplomacia. Es premiar el oportunismo y castigar la excelencia.

La FIFA y la CONMEBOL están utilizando el Mundial como un instrumento de poder. Están hipotecando la calidad a cambio de votos. Están utilizando la ilusión de millones de hinchas como plataforma de acumulación política y financiera. Esto ya no es gestión deportiva. Esto se parece más a una organización clientelar global con balón incluido.

Reflexión final:
El Mundial no debería ser una fiesta de todos. Debería ser el lugar donde llegan los que se lo ganaron. La verdadera inclusión no se construye regalando cupos, sino invirtiendo en procesos, en ligas, en formación.

Y si permitimos que los Domínguez e Infantinos de turno sigan rediseñando el fútbol a su conveniencia, un día miraremos atrás y nos daremos cuenta que el fútbol dejó de ser una pasión global para convertirse en un negocio cerrado.

Y para entonces, ya no quedará ni Copa, ni honor, ni historia que defender.

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