Peruanos enfrentan la posibilidad de ser expulsados de Harvard

Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Harvard, ese símbolo mundial del conocimiento, ha dejado de ser un templo académico para convertirse —bajo el mandato de Donald Trump— en una extensión del Departamento de Seguridad Nacional. Lo que antes era un sueño de progreso y mérito, hoy se ha transformado en una amenaza para decenas de estudiantes peruanos, atrapados entre las políticas migratorias de un presidente que ha decidido que el talento extranjero es un problema y que las aulas deben tener fronteras. Y lo más grave: esta aberración no es una distopía. Está ocurriendo ahora, en tiempo real.

La noticia ha estallado con fuerza: la administración Trump ha dispuesto que Harvard no pueda matricular a nuevos estudiantes extranjeros, y que los actuales deberán transferirse o perder su estatus legal. Entre ellos, entre 60 y 70 jóvenes peruanos —que cursan programas, realizan investigaciones o acaban de ser admitidos— enfrentan la posibilidad de ser expulsados del sistema educativo más prestigioso del mundo por el simple hecho de no haber nacido en Estados Unidos.

Esto no es una reforma migratoria. Es una política de persecución. Se castiga a quienes llegaron con visado, beca, mérito y sueños. Se reprime la inteligencia. Se convierte a los estudiantes en enemigos del Estado. Y todo bajo un discurso de “orden” que oculta la xenofobia institucionalizada y la miopía estratégica. Porque ningún país serio expulsa a sus cerebros invitados. Ninguna potencia moderna se da el lujo de cerrar universidades al mundo.

Mientras tanto, los estudiantes peruanos viven en un limbo. Algunos han recibido cartas de admisión, pero podrían no obtener la visa. Otros ya están estudiando, pero temen ser deportados. Y otros, ya egresados, podrían ver cancelados sus permisos para quedarse y trabajar por un tiempo. Todo eso en Harvard. No en una universidad marginal. No en una institución cuestionada. En Harvard.

Y el gobierno peruano, como tantas veces, responde tarde y a medias. Una línea telefónica, una nota de prensa, y el resto queda a la suerte del azar. ¿Dónde está la Cancillería? ¿Dónde está la voz política firme que defienda a nuestros jóvenes en foros internacionales? ¿O acaso la educación tampoco importa si no da votos ni réditos inmediatos? Seis becarios de Pronabec no pueden quedar a la deriva por una decisión que vulnera tratados, derechos y principios básicos de movilidad académica.

Lo que está en juego no es solo la permanencia de decenas de jóvenes peruanos en Harvard. Lo que está en juego es el principio mismo de que la educación debe estar por encima de la política, del pasaporte y del miedo. Si permitimos que un presidente utilice las universidades como herramienta de exclusión, entonces hemos perdido el norte.

Trump quiere convertir el aula en aduana, la beca en amenaza, y la inteligencia en sospecha. Y el Perú tiene que responder. Con dignidad. Con firmeza. Y sobre todo, con coherencia.

Porque si no se puede estudiar ni en Harvard sin miedo a ser expulsado, entonces estamos ante una nueva forma de dictadura: una donde pensar es un delito migratorio.

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