Por Edwin Gamboa, fundador de Caja Negra
El Mundial de Clubes 2025 se jugará en Estados Unidos, con 32 equipos, 11 ciudades anfitrionas y millones de dólares en juego. Pero también con un nombre que no está en ninguna alineación, pero que acapara el protagonismo como si fuera el dueño de la pelota: Donald Trump. El presidente de Estados Unidos no solo apadrinará el torneo, sino que su imagen está siendo usada por la propia FIFA como gancho de promoción. El mensaje es escandalosamente claro: el fútbol no es de los hinchas, es del poder.
Trump ha dicho estar “encantado” con el Mundial de Clubes y ha prometido ir a más de un partido. No por amor al juego, sino porque ha descubierto lo que Gianni Infantino viene consolidando hace años: el fútbol como trampolín político y vitrina de propaganda global. Trump, como buen showman y oportunista de la narrativa, lo sabe. Por eso celebra la idea de Infantino de tener «tres Super Bowls al día durante un mes». El Mundial de Clubes, en sus manos, no es un evento deportivo. Es una extensión de su marca, su ego y su plataforma.
Pero lo más vergonzoso no es que Trump quiera apropiarse del torneo. Lo imperdonable es que la FIFA se lo permita. Infantino, que debería ser guardián de los principios del deporte, prefiere rendirse ante el poder y la conveniencia. No importa si Trump es una figura polarizante, cuestionada por sus discursos de odio, sus políticas excluyentes o sus amenazas constantes contra la democracia. Para la FIFA, es simplemente una oportunidad. Y el fútbol, como tantas veces, termina siendo el cómplice cómodo del poder.
Este Mundial se disputará en ciudades como Miami, Atlanta, Filadelfia o Washington. Cada una de ellas con estadios de primer nivel y millones en infraestructura. Pero también con una narrativa oficial vigilada, controlada y moldeada desde la Casa Blanca. ¿Y la FIFA? Le da su bendición. Utiliza la imagen de Trump en eventos, actos protocolares y campañas. Le da la palabra. Le da protagonismo. Le da escenario. Y al hacerlo, le regala al presidente un aval simbólico que no merece.
El fútbol debería ser el antídoto contra la imposición. Debería ser ese territorio libre donde los pueblos se igualan y los estadios son templos de celebración, no de propaganda. Pero lo que estamos viendo es todo lo contrario. El Mundial de Clubes 2025 se perfila como un megaevento con pantalla deportiva y fondo político. Porque no es casualidad que Trump se acerque al fútbol con una estrategia de visibilidad internacional. No es afición, es cálculo.
Y mientras tanto, la FIFA calla. Los clubes callan. Las federaciones callan. Se acomodan en la butaca del poder, mientras la pelota rueda bajo vigilancia y con sello oficial. Infantino debería explicar por qué ha convertido el Mundial de Clubes en una extensión de la maquinaria de propaganda del poder. Debería recordar que el fútbol no es una herramienta de marketing presidencial. Pero no lo hará. Porque hoy el negocio está primero. Y el silencio, también se paga.
Reflexión:
El Mundial de Clubes nació como una oportunidad para democratizar el juego, dar visibilidad a equipos de todos los continentes y celebrar la diversidad del fútbol. Pero si su carta de presentación es la sonrisa de Trump y el silencio cómplice de Infantino, entonces no estamos ante una fiesta global, sino ante un montaje. Y el fútbol, una vez más, queda secuestrado por el poder que decía combatir.