¿A qué te suena? “No guardo rencor, pero tengo buena memoria”

Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra

“No guardo rencor, pero tengo buena memoria”. Esa frase suena a nobleza espiritual, a persona elevada, a alma zen con disciplina emocional. Pero en el Perú, esa expresión es menos una declaración de paz… y más una amenaza pasivo-agresiva con acento criollo. Dicha con sonrisa, pero con los ojos entrecerrados. Aquí no se olvida nada. Ni la traición en la pollada, ni el vuelto mal dado en la bodega, ni las promesas electorales recicladas con la misma cara de siempre.

En esta tierra de perdones condicionados y reconciliaciones con letra chica, decir “no guardo rencor, pero tengo buena memoria” es como decir “no te voy a golpear… todavía”. Porque si hay algo que el peruano promedio domina es el arte de sonreír mientras anota en su libretita invisible todo lo que le deben. Con nombre, fecha, lugar y escarapela incluida.

Aplicada a la política nacional, esta frase es la columna vertebral del ciudadano promedio que ya no cree en nadie, pero igual vota. Ese que recuerda perfectamente cada discurso populista, cada “no habrá más muertos”, cada “la plata llega sola”, cada “soy una mujer del pueblo”, cada “no voy a aferrarme al poder”, y sin embargo vuelve a ver a los mismos personajes reencauchados en las elecciones siguientes. La memoria está intacta. Lo que falla es el filtro de dignidad.

Y aunque se repita que no hay rencor, es evidente que lo que hay es una lista negra de agravios nacionales. Uno no puede ver al Congreso por televisión sin recordar las leyes improvisadas, los blindajes descarados, las votaciones absurdas. Uno no escucha a Dina Boluarte sin pensar en el 2% de aprobación que lleva con orgullo olímpico. Y no se camina por el país sin recordar que cada región tiene su propia colección de promesas rotas, obras inconclusas y hospitales inaugurados cuatro veces… y aún sin funcionar.

En Perú, la memoria es como el ceviche: si está fresca, pica más. Aquí nadie olvida al policía que no llegó, al juez que archivó, al alcalde que cobró doble viático o al candidato que dijo que “era diferente” y resultó ser una copia en baja resolución del anterior. Decir que no se guarda rencor es una cortesía. Lo que realmente hay es un Excel emocional con todas las traiciones acumuladas desde que Fujimori vendía moralidad y Toledo vendía “esperanza con chela”.

Y sin embargo, cada cinco años se nos da amnesia temporal, como si el Apra, el fujimorismo, la izquierda, la derecha, el centro y el más allá fueran una partida de póker donde siempre perdemos y aun así pedimos otra ronda. El peruano recuerda, claro que sí. Pero a veces, más que memoria, tiene síndrome de Estocolmo electoral.


Así que no, el peruano no guarda rencor. Guarda recibos. Guarda recortes. Guarda pantallazos. Guarda links de promesas de campaña. Y los suelta en reuniones familiares, en redes sociales, en los memes del grupo de WhatsApp. Porque aquí nadie olvida nada. Lo que pasa es que nos entrenaron para sonreír, para no hacer mucho escándalo, para “no ser resentidos”. Como si indignarse fuera un defecto y no un acto de memoria activa.

En este país donde todos dicen perdonar, pero nadie olvida; donde se habla de reconciliación, pero se gobierna con represión; donde se repiten frases de paz con fondos de hipocresía, lo único que queda claro es que el rencor es un lujo que pocos admiten… pero muchos practican.

Porque al final, en el Perú, no se guarda rencor… se archiva. Se cataloga. Se espera el momento justo. Y cuando alguien dice “tengo buena memoria”, hay que preocuparse. Porque probablemente esté preparando su venganza. Con datos, capturas y hasta código modular.

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