Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Perú se desangra por sus venas más inocentes: las de sus niños. En pleno 2024, el 35,3% de los menores entre 6 y 35 meses sufre anemia, una enfermedad que limita el desarrollo cognitivo, educativo y social de por vida. Esta cifra no es solo un número, es un veredicto contra un Estado fallido. Y mientras la emergencia de salud pública crece, el Gobierno de Dina Boluarte y su ministro de Salud, César Vásquez, ofrecen discursos técnicos y soluciones parche que no responden al drama real. Porque en el Perú de hoy, la infancia no enferma: la condenan.
En los últimos cinco años, 19 de las 25 regiones del país han visto incrementarse la prevalencia de anemia infantil. La selva y la sierra —como siempre— son las más golpeadas: Loreto, Amazonas, Apurímac, Puno. Pero ni siquiera las zonas urbanas escapan. La anemia ha crecido en hogares pobres y en los más ricos, en el campo y en la ciudad. No hay rincón del país donde la política pública haya logrado frenar esta hemorragia invisible.
Y mientras eso ocurre, la presidenta Dina Boluarte guarda silencio. Un silencio ensordecedor. La jefa de Estado que hace meses repite su disposición a viajar “a donde la inviten”, no ha pisado ni una posta de salud rural donde las madres reciben sobres de hierro para dar a niños con diarrea. La presidenta del blindaje político no habla de anemia porque la anemia no da titulares favorables. No entrega medallas, no corta cintas. Es una tragedia lenta, profunda y silenciosa. Por eso la ignora.
Peor aún es el papel del ministro César Vásquez. Mientras las cifras de anemia infantil se disparan, el titular de Salud aparece en los medios celebrando que “se han incrementado las visitas domiciliarias” o que “hay mayor cobertura de suplementación con hierro”. Es decir, se mide la eficiencia del programa sin observar su resultado. Porque si el 70% de niños toma hierro, pero más del 35% sigue con anemia, la política ha fracasado. Y en vez de replantear la estrategia, el ministro opta por el autoengaño.
¿Cómo hablar de avance cuando 7 de cada 10 hogares con niños pequeños no acceden a agua potable con cloro seguro?. ¿De qué sirve entregar suplementos si el agua contaminada produce enfermedades que impiden su absorción?. ¿Por qué no se ejecutan políticas integrales que garanticen saneamiento, alimentación, control prenatal y acceso equitativo a salud de calidad?.
Mientras San Martín logró reducir la anemia gracias a una estrategia territorial coordinada, otros gobiernos regionales siguen esperando liderazgo del Ministerio de Salud. Pero ese liderazgo no llega. Ni César Vásquez ni Dina Boluarte han sido capaces de poner el rostro de un niño con anemia como símbolo de la emergencia nacional que vivimos. Están demasiado ocupados conteniendo crisis políticas, asegurando blindajes parlamentarios o firmando convenios deportivos que reparten millones, mientras los más vulnerables del país apenas sobreviven con microgramos de hierro.
El deterioro de la calidad del agua, el bajo peso al nacer y la mala alimentación durante el embarazo son los otros pilares del problema. Pero nadie se responsabiliza. En Loreto, por ejemplo, el 10% de los recién nacidos tiene bajo peso, y más del 50% de los niños entre 6 y 12 meses padece anemia. ¿Qué hace el Ejecutivo frente a eso?. Nada. Y cuando se hace, se hace mal, sin planificación territorial ni enfoque intercultural. El centralismo y la improvisación continúan marcando la pauta.
La anemia infantil no es una herencia de la pandemia, es el resultado de una descomposición estatal acumulada. Es la consecuencia de un país donde las decisiones políticas no priorizan la vida ni la salud, sino la imagen. Donde los más pequeños no votan, no marchan, no protestan, y por eso se vuelven invisibles.
Hoy, el Gobierno de Dina Boluarte y el ministro César Vásquez no pueden alegar desconocimiento. Las cifras son públicas, los informes están disponibles y los expertos han advertido una y otra vez el impacto devastador de la anemia en el desarrollo de una persona. Persistir en la negligencia es, por tanto, un acto deliberado.
No hay reforma educativa que prospere con cerebros desnutridos. No hay futuro próspero cuando la infancia se debilita antes de hablar. No hay república posible si el Estado normaliza la exclusión desde la cuna.
La anemia es el síntoma, pero la verdadera enfermedad es un Estado que ha renunciado a cuidar a su gente. Y eso, señora presidenta, señor ministro, no se soluciona con suplementos ni con conferencias. Se enfrenta con responsabilidad, con decisión política y con coraje moral. ¿Están dispuestos?. ¿O seguirán contando cifras mientras se evapora el futuro del país?.