Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
La Organización Mundial de la Salud acaba de lanzar una advertencia seria: los casos de COVID-19 están aumentando globalmente, y una nueva variante, la NB.1.8.1, se propaga con rapidez. El mundo vuelve a mirar con atención a los contagios, las curvas epidemiológicas y los hospitales. Mientras tanto, en el Perú, el silencio del Gobierno suena más fuerte que cualquier alarma sanitaria. ¿Dónde está el Ministerio de Salud? ¿Qué plan tenemos? ¿Se preparan protocolos? ¿Se anticipan estrategias? ¿O simplemente vamos a esperar, otra vez, a que nos reviente en la cara?.
No es la primera vez que el Perú se enfrenta a una amenaza sanitaria. Pero sí parece ser la primera vez que, habiéndola vivido tan de cerca, el Estado no aprende nada. La OMS ha reportado que la nueva variante, NB.1.8.1, ya se detecta en al menos 22 países, con una tasa de positividad que llegó al 11 % en mayo, el doble de lo registrado hace apenas dos meses. ¿Y en el Perú? Nadie habla. Nadie advierte. Nadie se anticipa. El Ministerio de Salud, encabezado por César Vásquez, brilla por su ausencia en el debate público, como si estuviéramos blindados por algún manto invisible.
La ciudadanía, mientras tanto, sigue pagando las consecuencias de un sistema de salud frágil, improvisado y desarticulado. ¿Se están reactivando los comités de crisis? ¿Hay vigilancia genómica activa? ¿Tenemos capacidad diagnóstica suficiente? ¿Se está preparando al personal de primera línea? ¿Se están reforzando las campañas de vacunación? Las preguntas son muchas. Las respuestas, ninguna. Porque la estrategia del Gobierno parece ser la misma que en otros frentes: negar, minimizar, postergar, improvisar… y luego buscar culpables externos.
Lo más preocupante es la falta total de voluntad política. Dina Boluarte y su Consejo de Ministros están ocupados en sobrevivir políticamente, no en gobernar. La salud pública, una vez más, queda relegada a los comunicados tibios y a las ruedas de prensa sin contenido. Nadie exige cuentas, nadie propone una hoja de ruta. El Congreso mira a otro lado, el Ejecutivo se esconde, y la ciudadanía—desinformada y agotada—queda expuesta, como en 2020, al sálvese quien pueda.
¿Acaso no hemos aprendido lo que significan semanas de demora en una pandemia? ¿No bastaron las 220 mil muertes confirmadas y las miles más ocultas por el subregistro? ¿Vamos a esperar, otra vez, a que los hospitales colapsen para reaccionar? Ni siquiera tenemos una comunicación preventiva, mucho menos una estrategia de mitigación.
La excusa de que esta nueva variante “no parece ser más grave” ya la hemos escuchado antes. Pero los expertos internacionales están advirtiendo de su alta transmisibilidad, su capacidad de adherirse a células humanas y la presión que puede generar en los servicios de salud, aunque sea con síntomas leves. No se trata de sembrar pánico. Se trata de gobernar con responsabilidad.
Pero el Perú parece seguir operando en modo negación. No hay fortalecimiento del primer nivel de atención. No hay compras públicas anunciadas para equipos de protección o medicamentos. No hay campañas masivas de vacunación actualizadas. No hay rastreo digital. No hay preparación multisectorial. Y lo peor: no hay transparencia. Todo se maneja desde el secretismo, como si comunicar fuera un favor, y no una obligación en salud pública.
El Perú no está listo. Y lo más trágico es que ni siquiera parece querer estarlo. El COVID-19 no se ha ido, ha mutado, y está regresando. La OMS no emite informes con ligereza. Su advertencia es clara: hay riesgo alto de salud pública. ¿Por qué entonces el Gobierno guarda silencio? ¿Vamos a repetir el libreto de la improvisación, la escasez, el caos en hospitales y la desinformación masiva?
La ciudadanía tiene derecho a exigir un Estado preparado. No puede volver a enfrentar sola una crisis sanitaria. La pasividad del Ministerio de Salud es inaceptable, y la indiferencia del Ejecutivo, criminal desde el punto de vista ético y político. Porque gobernar también es prevenir. Y prevenir salva vidas.
El Perú aún puede reaccionar. Pero para eso se necesita algo que hoy escasea tanto como las mascarillas en los centros de salud: liderazgo.