Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
En el Perú, hacer escala ya no es solo una pausa entre vuelos, es una oportunidad de negocio. Y como somos creativos para exprimir hasta el último dólar, desde el 1 de junio de 2025, aterrizar en el nuevo aeropuerto Jorge Chávez con conexión incluida trae consigo una sorpresita: la famosa TUUA de Transferencia. Es decir, pagar por esperar. Porque aquí no basta con comprar tu pasaje, pasar el control migratorio, soportar los retrasos ni el café de S/ 18. No. Ahora también hay que contribuir a la caja… por el privilegio de existir unas horas entre un vuelo y otro.
La arquitecta de esta maravilla tarifaria es Verónica Zambrano, presidenta ejecutiva de Ositrán, quien con serenidad tecnocrática ha salido a explicar por qué es justo y necesario cobrarte US$ 11.32 por pasear entre tiendas cerradas si tu vuelo es internacional, o US$ 7.07 si tu conexión es nacional. “Van a tener una sala exclusiva”, dice Zambrano, como si habláramos de una experiencia cinco estrellas con masajes, caviar y vista al mar. No, es solo una zona de espera donde, según ella, ya no veremos gente durmiendo en las bancas. Pero si la alternativa es el suelo, cualquier cosa parece un lujo.
La tarifa está amparada —dicen— en la Adenda 6 del contrato de concesión firmada en 2013 entre el MTC y LAP. Es decir, una joyita legal firmada en otro contexto, que de pronto se vuelve útil para justificar el cobro por respirar aire acondicionado durante una escala. Y aunque se trate de un cambio estructural que afectará a miles de pasajeros, no hay claridad sobre cómo ni cuándo se cobrará: ¿en el check-in? ¿antes de embarcar? ¿al estornudar en la sala “exclusiva”? Ni idea. Pero igual se paga.
Y mientras las aerolíneas se quejan —porque esta tarifa incrementa el costo final del pasaje— y congresistas como Wilson Soto presentan proyectos de ley para eliminarla, Verónica Zambrano defiende el cobro con devoción admirable. Porque si el nuevo aeropuerto luce moderno, limpio y funcional, hay que monetizar la experiencia… aunque sea cobrando por caminar sin que te duermas en una banca.
¿Y qué obtienes por tu tarifa? Servicios higiénicos, iluminación, transporte entre el avión y el terminal, y la posibilidad de no quedarte sin señal de wifi. ¡Una ganga! Sobre todo si uno considera que la TUUA de origen ya está incluida en el pasaje. Pero al parecer, en este país todo puede dividirse, recalentarse y facturarse dos veces. Así como la “sopa y postre con 10 soles” de la presidenta, la TUUA se sirve ahora en dos platos.
Lo irónico —o trágico, depende de cómo se mire— es que esto se disfraza de mejora para el usuario. Que ahora todo es más cómodo, más moderno, más eficiente… siempre y cuando tengas tu billetera a mano. La lógica es sencilla: ¿usas el aeropuerto? Paga. ¿Te conectas entre vuelos? Paga. ¿Respiras y no molestas? Paga también. Y si protestas, ahí está Ositrán para recordarte que todo está dentro del marco legal, como buen aparato regulador que regula menos al privado que al ciudadano.
La TUUA de Transferencia no es solo un cobro más. Es el reflejo de un modelo donde cada movimiento, cada pausa y cada silencio tiene precio. Un país donde las autoridades que deben defender al usuario terminan justificando tarifas, y donde esperar en una sala sin dormir en el suelo se considera un privilegio facturable.
Verónica Zambrano no defiende al usuario. Defiende una adenda, un contrato y un modelo de concesión que parece escrito por y para los que cobran, no para los que vuelan. Y si mañana se les ocurre cobrar por el aire en el duty free, no se sorprenda. Después de todo, ya estamos pagando por esperar.
Porque aquí, en la república de las tarifas invisibles, todo pasajero es una billetera con piernas. Y si uno no protesta, seguro nos terminan cobrando hasta por ver despegar los aviones.