Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
En el Perú de hoy, donde la inseguridad es pan de cada día y la delincuencia te saluda con nombre propio, el Gobierno ha decidido dar un paso al frente… pero con los zapatos al revés. Resulta que nuestra flamante Policía Nacional ha recibido con bombos, platillos y discursos patrióticos una entrega histórica de fusiles de asalto. ¿La novedad? No tienen balas. Así como lo oye. El Estado invierte 89 millones de soles en armas que no disparan. O sea, el crimen organizado puede dormir tranquilo: los únicos tiros que se escucharán serán los de las cámaras de prensa en las ceremonias de entrega.
La noticia, emitida en Cuarto Poder, se basa en un informe de la Contraloría General de la República que revela la nueva joyita de eficiencia estatal: 7 323 fusiles de asalto adquiridos sin municiones operativas. Pero no es que se olvidaron de las balas. No. Compraron más de 110 mil municiones, sí… pero para que la Policía practique. O sea, para que aprendan a disparar en seco. Cuando llegue el momento de la verdad, tal vez lancen los fusiles a mano o griten fuerte para asustar al delincuente.
Y eso no es todo. El contrato fue suscrito por el Ministerio del Interior bajo la modalidad de encargo a FAME S.A.C., con un sobrecosto del 46% respecto al presupuesto inicial. Lo que se iba a comprar con 61 millones, terminó costando casi 90. ¡Magia! Así se gasta en el país donde los hospitales no tienen camas, pero la Policía tiene armas sin alma.
Y como si se tratara de una gala de premiación, la presidenta Dina Boluarte encabezó con orgullo la entrega del primer lote de 700 fusiles, declarando que esto “reafirma el compromiso del Estado con la ciudadanía”. Claro, el compromiso de que si te asaltan, la Policía al menos tendrá algo nuevo para colgar en la pared. ¿O acaso no es reconfortante saber que el fusil que no te defenderá es de última generación?.
En paralelo, mientras Lima se desangra en cada esquina y Pataz llora la masacre de 13 mineros, el Estado celebra con aplausos un desfile de armamento simbólico. Porque lo importante no es combatir la delincuencia, sino dar la impresión de que se hace algo. En el Perú, la seguridad ciudadana se maneja como un show: lo que importa es la foto, no el contenido.
Y qué decir del Congreso, que cuando no está aprobando campañas electorales en horario laboral, guarda silencio ante este despropósito. Total, mientras el proselitismo esté bien armado, el crimen puede esperar.
El Perú está armado hasta los dientes, pero de papel. Entregamos fusiles como quien regala flautas: bonitas, costosas e inofensivas. La delincuencia no se combate con discursos, y sin embargo, es el único arsenal que nuestras autoridades dominan con puntería infalible. Nos han vendido humo en caja militar: millones en armas que no disparan, promesas que no protegen y un Estado que sigue perdiendo la batalla… porque ni siquiera lleva municiones.
Y si algo queda claro, es que la única guerra que este gobierno está ganando es la del espectáculo. Porque cuando la ciudadanía clama por seguridad, el Ejecutivo responde con una escenografía y un guion reciclado: “Estamos trabajando por ustedes”, dicen. Pero claro, en este país, trabajar significa gastar más, hacer menos y posar para la foto con el seguro puesto.