Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Donald Trump lo hizo otra vez. En plena campaña y con el mismo libreto de 2016 bajo el brazo, ha decidido cerrar la puerta a ciudadanos de doce países con un decreto que huele más a populismo que a política seria. La excusa: seguridad nacional. El resultado: veto por nacionalidad, sospecha por pasaporte, y una advertencia digna de película distópica: “No los queremos aquí”. Sí, así, sin filtros diplomáticos, sin importar si estudias, trabajas o huyes de una guerra. Si estás en su lista negra, te toca mirar el sueño americano por streaming.
Estados Unidos, la tierra de las oportunidades… siempre y cuando no vengas de Afganistán, Myanmar, Chad, República del Congo, Guinea Ecuatorial, Eritrea, Haití, Irán, Libia, Somalia, Sudán o Yemen. A partir del 9 de junio, si naciste en alguno de estos lugares, lo único que podrás hacer es ver cómo se te cierran las puertas del país de las hamburguesas y los algoritmos.
Pero, ¿por qué estos países? ¿Fue acaso un sorteo geopolítico? ¿Una ruleta diplomática? Según la administración Trump, la selección se basó en la “cooperación en materia de seguridad, tasas de permanencia irregular y capacidad de repatriación”. Traducción: si no nos caes bien, no entras.
Lo curioso es que el nuevo veto nace tras un ataque en Colorado perpetrado por un ciudadano egipcio… pero Egipto no figura entre los vetados. Porque claro, lógica trumpista: si el agresor es egipcio, vetamos a Yemen. Un razonamiento tan claro como una ventana empañada.
La orden ejecutiva, además, prohíbe no solo el ingreso, sino también la solicitud de residencia, visas de turismo o estudio. Harvard podrá tener cupo, pero si naciste en Teherán, te toca leer La República de Platón por PDF desde casa.
Y como si fuera poco, Trump volvió a su modo “presidencia por megáfono” con un video en el que sentenció: “No los queremos aquí”. El mensaje es claro: el multiculturalismo está bien, siempre y cuando no incomode al votante promedio de Florida.
El nuevo veto migratorio no es una medida de seguridad; es una maniobra electoral disfrazada de patriotismo. Una forma moderna de apuntar con el dedo sin escuchar, de estigmatizar sin matices. Trump no está construyendo muros para proteger, sino para dividir. Y lo hace con el aplauso de quienes creen que el mundo es más seguro si se parece a ellos.
En plena crisis global, cerrar puertas en lugar de construir puentes es el camino más fácil. Porque gobernar con miedo no es gobernar: es administrar prejuicios.
Y así, mientras el mundo avanza con acuerdos, integración y cooperación, Trump vuelve a los 90, con vetos, listas negras y frases de reality show.