El «Galpón Internacional Jorge Chávez»: sin arquitectura

Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra

El nuevo Aeropuerto Internacional Jorge Chávez debió ser una postal, un emblema nacional, un abrazo arquitectónico a quien pisa el Perú por primera vez. Pero no. Recibimos al visitante con la calidez de una bodega industrial y la estética de un hangar de exportación. La decana del Colegio de Arquitectos lo dijo sin anestesia: parece un galpón. Y no uno artístico, sino uno que pide urgente una mano de pintura y otra de identidad.

El nuevo Jorge Chávez es la metáfora perfecta del Perú contemporáneo: funcional en la teoría, desprovisto de identidad en la práctica. Con más acero que cultura, más concreto que pertenencia, y más metros cuadrados que visión. Es una caja, una enorme caja sin relato. Un contenedor bien equipado para almacenar flujos humanos sin emocionarlos ni sorprenderlos. Un aeropuerto que podría estar en cualquier parte del planeta, porque no se parece a ninguna parte del Perú.

El diseño como «eficiencia barata»
¿Concurso público de arquitectura? ¿Consultas al Colegio de Arquitectos? No, gracias. Aquí se elige al postor más barato o al que tiene experiencia rellenando planillas. El diseño arquitectónico como acto creativo fue reemplazado por la planilla de costos. La decisión de cómo debe verse la puerta de entrada del Perú se tomó sin preguntar a los que entienden de imagen, simbolismo o urbanismo. Lo importante era que funcione. Y bueno, que no se inunde (spoiler: igual se inundó).

Patrimonio cultural: «si lo ves, avísanos»
¿Dónde está el Perú en el aeropuerto? ¿En el letrero del duty free? ¿En las tazas de Machu Picchu impresas en serie? ¿En los carteles de advertencia de SUNAT amenazando con incautarte el celular? El diseño no transmite nada. No emociona. No representa. No habla del Tahuantinsuyo, ni del barroco andino, ni del mar, ni de la Amazonía. No inspira orgullo ni pertenencia. Es una oportunidad perdida con ventanas.

Un aeropuerto sin puerta cultural
La decana Lourdes Giusti fue clara: el aeropuerto debió ser un hito cultural, un mensaje arquitectónico al mundo. Pero es solo una caja de metal. La Policía no tiene donde acomodarse, Migraciones parece improvisada, y los techos no invitan a mirar hacia arriba. En el nuevo aeropuerto del Perú no se respira historia, se respira cloro y apuro.

Conclusión: Galpones sin gloria
El nuevo Jorge Chávez no está a la altura del Perú. No como país de ingenio, no como nación de herencia milenaria, no como destino turístico global. Nos vendieron una megaobra moderna y nos entregaron una estación de transferencia de carga disfrazada de terminal internacional. Es funcional, dicen. Claro. También lo es una carpa de circo, pero no por eso albergamos en ella la identidad nacional.

Mientras en otros países los aeropuertos son espacios de arte, tecnología y orgullo nacional, aquí seguimos apostando por la inmediatez, el contrato más barato y la ausencia de ideas. No sorprende que en seis días ya tengamos burriers detenidos, caos logístico y decanos indignados. El Perú merecía un aeropuerto que nos represente, no un galpón de tránsito de mercancías humanas.

Eso sí, ya hay algo que refleja con precisión al país: su falta de planificación, de identidad y de escucha. Y eso, aunque no esté en el diseño, se nota desde el primer paso que uno da en suelo peruano.

Bienvenidos. Pisen con cuidado. La cultura quedó fuera de servicio.

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