Aeropuerto Jorge Chávez:copia del modelo operativo de Frankfurt

Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra

Bienvenidos al nuevo Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, donde la única cosa que despega a tiempo… es la indignación. A semanas de su rimbombante inauguración —con cintas cortadas, discursos eufóricos y promesas de “primer mundo”— los pasajeros se enfrentan no a la modernidad, sino a una pesadilla logística digna de una película de bajo presupuesto, dirigida por Fraport y producida por Lima Airport Partners.

El aeropuerto, según nos vendieron, sería “el más moderno de Sudamérica”, pero olvidaron añadir que también aspiraba a ser el más desorganizado. Colas interminables, maletas extraviadas, vuelos retenidos en pista por horas y pasajeros abandonados en aviones sin buses ni explicaciones. Es decir, lo último en desatención aeroportuaria con diseño europeo incluido.

Porque aquí está la joya del asunto: el modelo operativo es importado directamente desde Frankfurt, un aeropuerto que —como sabemos ahora— es el Harvard del caos aeroportuario. Basta con ver los reportes alemanes: equipajes que demoran tres horas, pasajeros confundidos buscando puertas que no existen, y personas con movilidad reducida esperando más ayuda que respuesta divina.

Fraport, la empresa que administra ambos aeropuertos, parece haber encontrado una fórmula infalible: replicar sus errores con precisión alemana. Y el Perú, en su afán de parecer “moderno”, decidió adoptar el modelo sin adaptarlo, sin supervisarlo y, por supuesto, sin prevenir el colapso. Porque si algo nos gusta más que copiar, es no leer la letra chica del contrato.

El resultado: una infraestructura nueva, pero con una operación vieja, torpe y desbordada. Como regalarle un Ferrari a alguien que no sabe manejar ni una bicicleta. Los pasajeros peruanos —y los extranjeros, pobres ingenuos— pagan el precio de esta modernidad de escaparate que funciona como un mercado a las seis de la tarde: lleno, caótico y sin salida clara.

Y mientras las autoridades se pasean con chalecos institucionales y promesas de “ajustes progresivos”, los usuarios ya están hartos de progresar hacia la puerta de embarque sin señalización, sin personal y sin dignidad. ¿Qué se suponía que iba a mejorar? ¿El tamaño del ventanal o la paciencia del pasajero?

Lo peor es que los errores eran previsibles. No es como si Fraport hubiera llegado con una reputación impoluta. Las quejas en Alemania no son nuevas, ni ocultas, ni difíciles de encontrar. Pero aquí se decidió mirar a otro lado, confiar ciegamente y repetir el modelo como si se tratara de una receta infalible. Y así, Lima terminó comprando el paquete completo: fallas, colas, frustración… y silencio institucional.

Un aeropuerto no es solo una terminal de aviones: es la primera y última impresión de un país. Si lo que ofrecemos a los visitantes es desorganización con fachada de modernidad, estamos vendiendo humo con duty free. Y si lo que ofrecemos a nuestros ciudadanos es un trato humillante en nombre del “progreso”, estamos importando no solo infraestructura, sino también indiferencia.

La gran pregunta es: ¿quién responde? Porque mientras Fraport amplía su imperio y los funcionarios repiten el libreto, los usuarios siguen atrapados en el limbo. Y en este nuevo Jorge Chávez, el único vuelo sin retraso es el de la responsabilidad que se escapa por la pista… sin nadie que la reclame.

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