Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Hay frases que duelen más que un gol en contra al minuto 90. Una de ellas, sin duda, es esta: Perú, Bolivia y Chile dependen de Venezuela. No es broma. No es ciencia ficción. Es la tabla de posiciones de las Eliminatorias Sudamericanas al Mundial 2026. Esa misma tabla que alguna vez fue refugio para los optimistas hoy se ha convertido en un espejo incómodo. Porque, aunque parezca chiste, la Vinotinto —el eterno saco de goles, la anécdota pintoresca, el tres puntos seguros— está a punto de darles cátedra a tres selecciones que supieron vivir de su pasado y dormir sobre sus laureles.
El mundo al revés no es injusto. Es coherente. Porque en el fútbol, como en la vida, el que trabaja avanza. Y el que improvisa… pues depende de Venezuela.
Perú: del documental al desencanto
Perú camina noveno, con 11 puntos, 6 goles a favor y una diferencia de -11. La simetría es perfecta: un gol a favor por cada punto, y uno en contra por cada esperanza rota. Desde Rusia 2018, el fútbol peruano se dedicó a la nostalgia. Mientras otros invertían en menores, en modelos, en procesos, aquí se invertía en camisetas conmemorativas y series de Netflix. Hoy, la selección es un desfile de jugadores sin rumbo y dirigentes con más denuncias que ideas.
El referente es Paolo Guerrero, cuya permanencia parece inspirada más en la melancolía que en el rendimiento. La FPF, en tanto, vive entre investigaciones por lavado, disputas por derechos televisivos y proyectos que duran lo que un técnico interino. El fútbol peruano no sabe hacia dónde va, pero eso sí: tiene fe. La fe como estrategia nacional. Lástima que no hay repechaje para rezos mal formulados.
Bolivia: vivir de la altitud… y morir en el llano
Con 14 puntos, Bolivia todavía respira en la tabla. Pero como diría cualquier médico: respirar no es lo mismo que vivir. Su táctica se resume en una palabra: altura. En casa, arrollan por falta de oxígeno; fuera, desaparecen por falta de fútbol. Treinta años después de su última clasificación mundialista, el país altiplánico sigue esperando un milagro que no llega y que, si llegara, no sabrían ni cómo celebrar.
La liga local es débil, la formación de talentos es inexistente, y los dirigentes aún revisan mapas topográficos para ver si hay otra ciudad a más de 3.600 metros sobre el nivel del mar que pueda funcionar como sede. Su mayor fortaleza no es técnica ni táctica. Es geológica.
Chile: cuando la gloria se vuelve óxido
Chile es el claro ejemplo de cómo un país que lo tuvo todo puede terminar pidiendo migajas en la última fecha. La generación dorada fue el espejo donde todos querían mirarse: Alexis, Vidal, Bravo… ídolos que brillaron, ganaron, emocionaron. Pero se fueron oxidando, como las estatuas que nadie limpia. Hoy, los jugadores jóvenes no tienen referentes ni estructura; los técnicos entran y salen como en una telenovela de bajo rating; y la ANFP parece un reality de eliminación directa.
Con 10 puntos y -13 de diferencia, Chile debe ganar sus últimos tres partidos, cruzar los dedos, encender velas y hacer cálculos de física cuántica para soñar con el repechaje. Todo eso mientras enfrentan a rivales como Brasil y Uruguay. Spoiler: ni con Alexis rejuvenecido ni con Vidal reencauchado.
Venezuela: la consecuencia de hacer las cosas bien
Y en el centro de este terremoto sudamericano está Venezuela. Séptima, con 18 puntos y un plan. Sí, un plan. Eso que muchos confunden con “suerte” o “racha”. Lo que pasa es que cuando uno se acostumbra al caos, la planificación parece milagro. Pero no lo es. Venezuela invirtió en juveniles, en técnicos, en identidad de juego. La Vinotinto dejó de ser la comparsa para convertirse en protagonista.
Si suma un solo punto más, elimina a Chile. Con dos, entierra a Perú. Con cinco, Bolivia también se despide. Y si gana los nueve que le quedan, podría clasificar directo. Porque detrás de este equipo no hay rezos ni matemáticas milagrosas: hay gestión, constancia, coherencia. En resumen, todo lo que sus vecinos andinos no quisieron hacer.
Y así llegamos al punto más hilarante (o más trágico, según el pasaporte): tres selecciones históricas con estadios llenos, prensa apasionada y dirigentes con traje caro, cruzando los dedos para que Venezuela no sume ni un punto. No se trata solo de una tabla. Es una metáfora continental. Una advertencia para quienes aún creen que el Mundial se compra con camisetas históricas y no con trabajo real.
Mientras en Caracas se hacen cuentas de clasificación, en Lima se reza, en La Paz se busca altura emocional y en Santiago se consulta al horóscopo. Las tres selecciones tienen en común algo más que el color de su bandera: la incapacidad crónica de pensar a largo plazo. Porque si la historia tuviera VAR, ya estarían eliminados por reincidencia.
Reflexión final
La frase final es brutalmente justa: Perú, Bolivia y Chile dependen de Venezuela. No por injusticia, sino por consecuencia. La Vinotinto, tantas veces burlada, está a punto de enseñar la lección más importante del fútbol sudamericano: que el talento sin gestión se agota, que la historia no clasifica y que el presente se construye, no se improvisa.
Si Venezuela va al Mundial, será una fiesta para los que creen en el trabajo silencioso. Si no lo logra, igual habrá ganado algo más valioso: respeto. En cambio, sus perseguidores tendrán que seguir explicando, en la próxima rueda de prensa del técnico interino, por qué otra vez no se logró… y por qué, otra vez, la culpa fue de los otros.
Nos vemos en la fecha 16. O en la presentación de otro “nuevo proceso con visión 2030”. El mismo PowerPoint de siempre, con otro logo y sin autocrítica.