Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
¡Bienvenidos al Mundial del Club del Club del Club del PIF!. Donde los dueños juegan, patrocinan, eliminan rivales, compran reglas, y levantan el trofeo con su propio logo impreso. Fair play made in Arabia, cortesía de la FIFA más flexible del planeta.
La FIFA lo ha vuelto a hacer. Cuando uno cree que ya ha tocado el fondo del pozo, aparece con una pala de oro, la cava más hondo… y se toma una selfie con su nuevo socio multimillonario. Esta semana, el anuncio estrella fue que el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudita (PIF) será patrocinador oficial del Mundial de Clubes 2025. Nada grave, dirán algunos, salvo por el pequeñísimo detalle de que ese mismo fondo es dueño de varios equipos que competirán en el torneo. Un detalle tan menor como que el juez tenga acciones en la empresa del acusado.
La FIFA, en su rol de fiscal, juez, parte, organizador, socio comercial y fan número uno del dinero saudí, no solo aprueba la movida, sino que la celebra como una “alianza global estratégica”. A eso le llaman “compromiso con el futuro del fútbol”. Claro, un futuro tan transparente como el petróleo y tan ético como un sorteo en cámara lenta.
Ahora hagamos memoria. Hace unas semanas, el Club León de México fue expulsado del mismo torneo, pese a haber ganado legítimamente su pase como campeón de Concachampions. ¿El motivo? Que comparte propietario con el Club Pachuca, ambos del Grupo Pachuca. Según la FIFA, eso violaba la “regla de independencia suficiente”. Un tecnicismo muy conveniente, salvo cuando el propietario en cuestión se llama PIF y trae bajo el brazo una maleta con más ceros que goles.
PIF controla equipos como Al-Hilal (clasificado al Mundial), Al-Nassr, Al-Ittihad, Al-Ahli, y posee el 80% del Newcastle United en la Premier League. Pero no se preocupen, porque la FIFA dice que todo está “evaluado”. Lo que no dice es por quién, cómo y bajo qué estándares éticos. Quizá los mismos que usaron para decirle a León: “lo sentimos, tus millones no pesan tanto”.
Mientras tanto, los valores del deporte se recitan como mantras vacíos. “Juego limpio”, “igualdad de condiciones”, “competencia justa”. Bellas palabras que hoy suenan a publicidad de una pastilla que promete eliminar el cinismo, pero viene con efectos secundarios: pérdida de memoria, de vergüenza y de decoro institucional.
Por supuesto, el patrocinio saudí no es un hecho aislado. Arabia Saudita no solo será sede del Mundial 2034, también está comprando estrellas de fútbol a precio de oro, clubes históricos europeos y derechos de transmisión. Y ahora, añade a su colección la posibilidad de poner su firma en la organización de torneos. Vamos, que solo falta que Infantino aparezca con una túnica y diga “Bienvenidos a la nueva Meca del fútbol”.
¿Y qué hacemos los hinchas? Nada. Aplaudir, consumir, ver el show. Nos venden un torneo empaquetado con cintas doradas, en el que la competencia ya está manchada antes del pitazo inicial. Pero eso sí: que no se nos ocurra criticar, porque entonces somos “antiprogreso”, “antiinversión”, “nostálgicos del fútbol romántico”. Qué osadía la nuestra, pedir que el deporte más popular del mundo no se rija con las reglas de un directorio bursátil.
El Mundial de Clubes 2025 será un antes y un después. Un hito. Un caso de estudio. Pero no por lo deportivo, sino por haber normalizado el conflicto de intereses más descarado de la historia reciente del fútbol. Porque cuando el que paga decide quién juega, quién se queda y quién gana, ya no estamos ante un torneo. Estamos ante un teatro con guion prepagado.
La FIFA no se ha vendido. No. Se ha subastado al mejor postor. Y lo peor no es que lo haya hecho. Lo peor es que todavía pretende convencernos de que esto es “por el bien del fútbol”. Lo siento, señores de Zurich: el fútbol no se vende… aunque ustedes ya lo hayan rematado hace rato.