Doce niños indígenas mueren por tos ferina en Datem del Marañón

Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra

Doce niños indígenas han muerto por tos ferina en el Datem del Marañón, Loreto. No por falta de vacunas modernas, ni por falta de conocimiento médico, sino por falta de algo más antiguo y escaso: voluntad política. En un país donde firmar tratados en Niza o financiar desfiles militares se celebra con trompetas, la muerte silenciosa de menores en la selva profunda apenas produce un susurro. Porque al parecer, si los niños no viven cerca al Congreso, ni aparecen en televisión, no merecen ni oxígeno ni atención.

La estadística es brutal: 579 casos reportados en una sola provincia, más del 60 % de todos los registrados en el país. En el distrito de Pastaza, donde vive el pueblo indígena Kandozi, 243 casos. Pero estas no son cifras frías: son nombres que nunca escucharemos, rostros que nunca veremos, hijos que murieron sin que nadie encendiera las alarmas del Estado. Mientras tanto, el acceso a Datem del Marañón sigue siendo exclusivamente fluvial —cuatro días de viaje si es temporada seca y si hay suerte. Porque claro, en la Amazonía los ciudadanos necesitan, además de vacunas, una dosis diaria de milagros logísticos.

El sistema de salud en la zona cuenta con 67 establecimientos que, en realidad, podrían ser descritos más honestamente como puestos de resistencia. Enfermeras que hacen de pediatras, promotores que hacen de técnicos, y padres que hacen de paramédicos improvisados. La Red de Salud local ha calculado que se necesitan al menos 137 mil dólares para enfrentar la emergencia. Para el Estado, eso es menos de lo que cuesta organizar una conferencia internacional sobre gobernanza que nadie recuerda al mes siguiente. Pero para las comunidades indígenas, esa cifra representa la diferencia entre la vida y la muerte.

¿Dónde está la declaratoria de emergencia sanitaria? En el limbo de los trámites, en la nube de los “estudios técnicos”, o tal vez atrapada en alguna mesa de partes que aún no llega por lancha. Porque aquí no se trata solo de vacunas; se trata de una cadena rota: sin infraestructura, sin combustible para botes, sin médicos, sin logística, sin Estado. Pero eso sí, con abundancia de discursos sobre inclusión, interculturalidad y desarrollo territorial… en PowerPoint.

Mientras tanto, Loreto, cuna de biodiversidad y orgullo amazónico, también es cuna del abandono estructural. Y los niños indígenas son víctimas no solo de una bacteria, sino de una política sanitaria que llega tarde, o simplemente no llega. El Estado parece más comprometido con el protocolo que con los pulmones de sus niños. Y si de algo hay certeza, es que en esta parte del país, ni la tos hace eco.

En el Perú, parecería que hay dos países: uno donde las urgencias son atendidas con prontitud y titulares, y otro donde mueren niños sin que se altere la agenda del Consejo de Ministros. El caso del Datem del Marañón no es una tragedia aislada, es el resultado lógico de una estructura que hace décadas decidió que hay territorios que no son rentables políticamente. Por eso no sorprende que las muertes por enfermedades prevenibles sigan ocurriendo donde no hay votos suficientes, ni cámaras, ni lobby.

Reflexión final
Doce niños han muerto por tos ferina. Pero no murieron solo por una bacteria, murieron por desidia. Y eso no se combate con antibióticos, sino con decencia institucional. El líder indígena Guillermo Sundi lo dijo claro: “Solicito a nombre de los pueblos indígenas la declaratoria de emergencia sanitaria”. El Estado, en cambio, aún lo está pensando. O viajando. O justificando. Algún día, tal vez, alguien en Palacio entenderá que soberanía no es firmar tratados en Europa, sino garantizar que ningún niño muera por falta de vacunas en su propio país.

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