Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
En un país devastado por extorsiones, sicariato, minería ilegal, pobreza extrema, hospitales sin medicamentos y niños que almuerzan con suerte, hay un tema que ha capturado la atención del más alto poder de la República: una cirugía facial. No una política pública de salud, no un plan contra el crimen, no una reforma del Estado. Una rinoplastia. Una blefaroplastia. Unos hilos tensores. El bisturí presidencial ha sido elevado a asunto de Estado, con carta notarial incluida. El doctor Mario Cabani exige, con tono quirúrgicamente indignado, que la presidenta Dina Boluarte diga la verdad: que no fue una extracción de muela, sino una intervención digna de Hollywood. O mejor dicho, de House of Cards.
Todo comenzó cuando la presidenta afirmó, con rostro impávido —y visiblemente renovado—, que su cirugía en junio de 2023 fue de baja complejidad, un retoque funcional apenas. Pero el cirujano Cabani no tardó en reaccionar: mandó una carta notarial emplazándola a reconocer públicamente que, en realidad, se sometió a un procedimiento de alto vuelo, con anestesia general, staff multidisciplinario y hospitalización incluida. Lo que se prometió como una “septoplastia funcional” terminó siendo un combo quirúrgico premium: rinoplastia, blefaroplastia, lipo facial con grasa abdominal y colocación de hilos tensores. Todo, eso sí, en nombre de la funcionalidad.
La presidenta, según la carta, minimizó la complejidad del procedimiento, afectando —dicen— el honor de la clínica, el de los médicos y, de paso, la cuenta bancaria. La factura de 4,500 dólares fue pagada recién en abril de 2025, casi dos años después, y tras una primera boleta anulada a nombre de una exsecretaria. Nada dice más «transparencia» que una cirugía facial pagada en cuotas y ocultada bajo seudónimos administrativos.
Pero eso no es todo. El médico Cabani asegura que la historia clínica original no fue devuelta por Palacio, y que se ha visto obligado a reconstruirla, pieza por pieza, como una novela de ficción. Además, denuncia que Boluarte ha violado la reserva médica al referirse públicamente al caso sin reconocer los procedimientos realizados. ¿Y su respuesta? Comparó la intervención con una extracción de muela. Es decir, como si un lifting facial con anestesia general fuera lo mismo que ir a sacarse una caries en Essalud.
Y todo esto ocurre mientras el país se cae a pedazos. Mientras 9 de cada 10 regiones están bajo el dominio de mafias de extorsión. Mientras se descubren redes de trata y prostitución hasta en el Congreso. Mientras los hospitales no tienen jeringas, los niños padecen anemia, y la población espera algo parecido a liderazgo. Pero no. Desde Palacio se emite silencio quirúrgico, mientras desde la clínica se exige rectificación estética y moral. Y si no, amenaza con juicio.
El caso no es solo grotesco: es simbólico. En un país donde los muertos por sicariato superan a los discursos del Ejecutivo, la gran discusión nacional gira en torno a si la cirugía presidencial fue compleja o no, si se usó anestesia general o no, si se devolvió la historia clínica o no. No hablamos de reformas, ni de gobernabilidad, ni de estrategias contra la criminalidad. Hablamos de grasa abdominal, hilos tensores y reconstrucción facial.
Porque la verdadera cirugía no fue al rostro de la presidenta, sino al sentido de la política. En vez de gobernar, se esculpe. En vez de rendir cuentas, se silencia. En vez de enfrentar al crimen, se responde con una carta notarial. El país sangra, pero lo urgente es aclarar si la blefaroplastia incluyó o no hospitalización.
Reflexión final
Si la verdad política se mide por el tamaño del bisturí, estamos en manos de un gobierno de esteticistas. La ciudadanía exige transparencia, ética, justicia. Pero lo que recibe son boletas anuladas, historias clínicas escondidas y procedimientos desmentidos. Porque mientras los niños mueren de desnutrición y los médicos de provincia claman por insumos básicos, el poder se concentra en ocultar una nariz remodelada.
La cirugía estética no es el pecado. El maquillaje político, sí. Y en este quirófano que es el Perú, parece que no hay anestesia capaz de adormecer tanta indiferencia.