Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Gianni Infantino soñó con hacer historia. Y lo logró. El Mundial de Clubes 2025, su gran experimento corporativo, pasará a los anales del fútbol no por su espectacularidad, sino por sus graderías vacías. Sí, estadios vacíos en pleno debut, con Lionel Messi en cancha, entradas con rebajas del 84%, y más fantasmas que hinchas. Porque al final, el fútbol no es un Excel ni un PowerPoint. El fútbol es emoción, es esencia, es pueblo. Y no importa cuántos miles de dólares pongas en las «experiencias premium»: sin alma, no hay pasión. Sin pasión, no hay fútbol.
Un torneo inflado que nadie pidió
Infantino quiso su propio legado. Ya que no puede jugar como Pelé ni presidir como Jules Rimet, decidió inventar un Frankenstein con 32 clubes de todos los continentes, a disputar durante un verano en Estados Unidos, tierra de hamburguesas, dólares… y tibio fanatismo futbolero.
El Mundial de Clubes 2025 no nació por amor al deporte. Nació por codicia. Por ese tic moderno de hacer del fútbol una franquicia globalizada que sirva más para reportes financieros que para hazañas deportivas. ¿El resultado? Un torneo que ni los gringos compran. Ni con Messi de titular. Ni con descuentos brutales. Ni con Messi, Suárez, Busquets, Jordi Alba y el plantel de recuerdos del Barcelona reunido en Miami.
Precios que caen, graderías que no suben
En el estadio Hard Rock, con 64.767 asientos, se han vendido poco más de 25 mil entradas para el debut. Y eso después de haber reducido los precios del boleto de $349 a $50. La tribuna “premium”, esa donde uno podía codearse con ejecutivos de clubes y ver el partido desde un sillón que parece sacado de una mansión de Malibú, bajó de $861 a $299. Aun así, nadie fue. Ni con mapa. Ni con Google Maps. Porque el fútbol no se vende como entradas a Disney.
Las fases decisivas no corren mejor suerte. Octavos de final con entradas desde $80, semifinales que bajan hasta los $144 (con un precio original de más de $1.000), y una final que ya ofrece boletos a precio de liquidación. Pero eso sí, la FIFA sigue llamando a esto «el evento futbolístico más importante del año». Claro, el más importante que nadie quiere ir a ver.
Cuando el fútbol es rehén del algoritmo
Infantino y compañía creen que el fútbol es una hoja de cálculo. Que si uno mete 32 clubes, un par de figuras, estadios con pantallas gigantes, influencers en TikTok y tres hashtags exitosos, ya está hecho el show. Olvidan que el fútbol no es contenido. Es cultura. Que no es entretenimiento pasivo. Es identidad activa. Es barrio, es canto, es tribuna, es camiseta. No se arma con conferencias de prensa. Se construye con historia. Y en este torneo, todo huele a plástico.
Trump y el fútbol: una dupla disfuncional
Y por si fuera poco, el Mundial de Clubes 2025 se desarrolla en un contexto de hostilidad migratoria que espanta más que la tabla del descenso. Con Donald Trump de regreso en la Casa Blanca, el mensaje es claro: «vengan a ver el fútbol, pero váyanse apenas termine el pitazo final». Las redadas migratorias, los discursos anti-latinoamericanos, las restricciones para turistas y la sensación de inseguridad han sido el telón de fondo de este torneo.
¿Quién quiere viajar al país donde puedes terminar en un centro de detención solo por tener acento? Ni el mejor gol de chilena compensa la amenaza de ser deportado con una camiseta puesta.
El fútbol derrotó a Infantino
Y aquí está la verdadera lección: por más millones invertidos, por más promesas de rating global, el fútbol sigue teniendo una esencia que no se puede falsificar. Porque mientras Infantino creía haber creado el Super Bowl del balón, la gente simplemente no fue. Ni con Messi. Ni con descuentos. Ni con publicidad omnipresente. El fútbol, ese deporte noble y popular, no está para experimentos financieros ni para caprichos políticos.
El Mundial de Clubes 2025 es un fracaso. No por culpa de los clubes, ni de los jugadores, ni de los aficionados. Es un fracaso del modelo que lo diseñó: una FIFA obsesionada con el lucro, alejada de las bases, desconectada de la realidad de las tribunas.
Querían hacer del fútbol una gala VIP y se encontraron con un silencio incómodo. Querían multiplicar ingresos y lo que multiplicaron fue la indiferencia. Hoy, la FIFA se enfrenta al peor enemigo de cualquier espectáculo: la butaca vacía. Y no hay algoritmo que lo maquille.
Reflexión final
La FIFA debería preguntarse si aún entiende el deporte que dirige. Porque no todo se arregla bajando precios. No todo se soluciona con influencers ni con espectáculos de medio tiempo. El fútbol es un fenómeno popular que no necesita maquillaje, sino respeto.
Y mientras Infantino busca justificar lo injustificable, el fútbol —ese de verdad— le da una lección inolvidable: no se impone desde la cúpula, se construye desde el pueblo.
Nos vemos en la próxima reinvención de la FIFA… si alguien compra entrada.