Por Edwin Gamboa, fundador de La Caja Negra
Hay cosas que uno no debería tener que explicar en un país que se dice democrático. Por ejemplo, que 43 candidatos presidenciales no son un síntoma de diversidad, sino una señal inequívoca de que la política peruana ha tocado fondo. No hay pluralismo: hay oportunismo. No hay oferta: hay sobrestock de improvisados. Y mientras tanto, más de 12,000 postulantes pululan buscando un cargo público como si se tratara de un bono estatal, no de una responsabilidad nacional.
Sí, el Perú va a elecciones. Pero no porque su democracia goce de salud, sino porque su sistema está tan descompuesto que ya solo se mueve por inercia. Y este 2026 no será distinto. Será otro espectáculo vergonzoso. Otro desfile de rostros reciclados, siglas alquiladas y promesas que duran menos que un spot electoral.
Historia reciclada, democracia decorativa
El Perú ha tenido elecciones desde 1821. Pero llamarlas democráticas sería un exceso de fe. En el siglo XIX, los votos eran solo de los ilustrados, los poderosos, los hombres. Los demás simplemente obedecían. Los gobiernos no se elegían: se imponían, se compraban o se tomaban por la fuerza. De hecho, entre 1823 y 1899, más gobiernos llegaron por golpe de Estado que por elecciones generales.
Y aunque el siglo XX trajo reformas, el alma del sistema siguió igual. Votamos más, sí. Pero el voto nunca garantizó justicia, ni equidad, ni transparencia. Lo que sí garantizó fue una clase política capaz de adaptarse al fraude, al clientelismo y al robo con firma legal. Cambiaron las formas, no el fondo. Hoy, lo único profesionalizado en la política peruana es el engaño.
Presidentes con prontuario, no con proyecto
Aquí no se elige al próximo líder. Se selecciona al futuro procesado. La Presidencia en el Perú no es una función de Estado: es una antesala judicial. Repasemos:
Fujimori, Toledo, Humala, Kuczynski, Vizcarra, Castillo y Boluarte, acumulando denuncias.
En este país, el cargo más riesgoso es el de jefe de Estado… porque apenas termina el mandato, empieza el juicio. Y pese a ello —o quizá por ello— 43 candidatos se pelean el puesto como si se tratara de un premio. ¿Premio a qué?. ¿A la impunidad?. ¿A la inmunidad?. ¿A la vanidad?.
Candidatos sin ideas, partidos sin alma
La gran mayoría de esos 43 candidatos no tiene partido, ni plan, ni escrúpulo. Solo tienen ambición, una cuenta por cobrar o una investigación por evitar. La política ha dejado de ser representación para convertirse en estrategia de supervivencia. Lo de gobernar, ya veremos. Lo urgente es llegar. Como sea.
Partidos que nacen una semana antes, alianzas improvisadas en cafeterías, slogans copiados y programas de gobierno con más errores que propuestas. Lo peor no es la cantidad de candidatos. Lo grave es que, entre todos, no suman una visión de país coherente. Solo hay ofertas personales, venganzas acumuladas y contratos pendientes.
Congreso: el mayor argumento contra la reelección
¿Y el Congreso? Ese sí que ha cumplido. Ha cumplido con desprestigiarse, blindarse, repartirse el poder y sabotear todo lo que huela a reforma. Ya no representa a nadie, ni siquiera a sí mismo. Su rol fiscalizador ha sido reemplazado por el arte de archivarlo todo. Su función legislativa, por la de obstaculizar o beneficiar según convenga.
Y aun así, muchos de ellos también quieren postular a algo en 2026. Porque en el Perú, el castigo político es el siguiente cargo público. Aquí el “renovarse o morir” se traduce como “cámbiate de sigla y postula de nuevo”.
El Estado colapsa, pero el show debe continuar
Mientras tanto, el Perú real sangra. Inseguridad fuera de control. Extorsiones desde penales. Desempleo crónico. Educación pública en ruinas. Regiones olvidadas. Servicios básicos que no existen. Y un pueblo que ya no espera nada porque sabe que el Estado solo funciona para protegerse a sí mismo.
Las instituciones no responden. La justicia no sanciona. La política no propone. Y la democracia… bueno, la democracia sigue ahí, vestida para el show, maquillada para el engaño, pero moribunda por dentro.
Conclusión: ¿Elecciones o estafa electoral?
El 2026 no puede ser una fecha más en el calendario de desilusiones. Debe ser una ruptura. No solo del modelo político, sino del modelo mental que lo sostiene. Si no entendemos que la democracia no se defiende con selfies y mítines, sino con integridad, visión y responsabilidad, entonces no estamos eligiendo representantes. Estamos eligiendo verdugos.
Reflexión final: o reconstruimos… o repetimos
Este no es solo un circo electoral. Es la última función antes del colapso definitivo. Si el Perú vuelve a votar por lo mismo —por los de siempre, por los sin plan, por los sin moral— no habrá reforma que nos salve. El 2026 puede ser el inicio de la reconstrucción. Pero solo si dejamos de aplaudir al payaso y empezamos a exigir al estadista. Porque la democracia no se hereda: se defiende. O se pierde.