Hay frases que no necesitan ser gritadas para helarte la sangre. En Perú lo sabemos bien. No es necesario un “te voy a matar” para sentir miedo. Basta un suave, delicado y casi afectuoso: “tenemos que hablar” . Tres palabras capaces de paralizarte más que un huaico en la Panamericana, más que una inspección de SUNAT en tu bodega, más que una llamada del número desconocido “Entel te premia”.
Porque aquí, en esta tierra de sorpresas y desastres anunciados, el “tenemos que hablar” es el equivalente emocional al Estado de Emergencia. Sabes que no es para darte buenas noticias. No es para decirte “subió tu sueldo” o “bajó el dólar”. No. Es la advertencia elegante de que tu mundo está por derrumbarse… o de que algo —por supuesto— es culpa tuya.
El manual no escrito del “tenemos que hablar” versión Perú. En el Perú, este clásico universal se ha tropicalizado, se ha costeñizado, serranizado y hasta amazonizado. Aquí el “tenemos que hablar” se camufla según el contexto. Por ejemplo:
En política: “Queremos dialogar por el bien del país” . Traducción: te vamos a clavar otra ley que nadie pidió pero todos sufrirán.
En el fútbol: “Vamos a reestructurar el campeonato” . Traducción: Lozano se inventó otra trafa con 1190 Sports.
En la pareja: “Tenemos que hablar” . Traducción: Fuiste, papito. Te encontraron los WhatsApps, los likes sospechosos o las visitas a perfiles que no debías ver ni por error.
En la chamba: “Podemos reunirnos un momento” . Traducción: Vas a hacer más trabajo por el mismo sueldo miserable. Con suerte, sin bono o es una despedida.
Y es que el “tenemos que hablar” es patrimonio de la amenaza pasivo-agresiva peruana. No grita, pero destruye. No insulta, pero humilla. No te dispara, pero te deja agonizando con la duda.
Porque lo peor no es el mensaje… es la espera .Aquí en Perú sabemos que lo más angustiante no es el problema. Es el tiempo que te hacen esperar para contarte el problema. Te sueltan el “tenemos que hablar” un lunes, y recién te explican el viernes. Durante esos cinco días, vienes menos, duermes peor y revisas el celular como si te fuera a escribir desde Palacio de Gobierno.
Empiezas a repasar todo: ¿qué hice? ¿Qué no hice? ¿Qué vieron? ¿Qué escucharon? ¿Por qué justo hoy, que estaba tranquilo, se me ocurre existir?
Es como cuando el Ministerio de Economía dice: “Estamos evaluando medidas” . Ya sabemos que la frase es el prefacio de un tarifazo, un impuesto nuevo o que simplemente no hay plata. Nunca es “vamos a subir el sueldo mínimo” o “vamos a reducir el IGV”. No, amigo. Eso no existe en este lado del mundo.
Conclusión: No queremos hablar… queremos sobrevivir
En resumen, el “tenemos que hablar” es el himno no oficial del Perú. Lo escuchamos de nuestras parejas, de nuestros jefes, de nuestros políticos, de nuestras instituciones, de nuestras madres y —lo peor— de nuestra conciencia.
Por eso aquí ya no queremos hablar. Queremos comer en paz. Queremos dormir sin que un ministro renuncie a las 3 de la mañana. Queremos un domingo sin escándalo. Queremos abrir las noticias y no ver que subió el limón, el pollo o que la selección perdió por goleada con terna arbitral chilena.
Queremos que algún día, alguien en este bendito país nos diga: “Tenemos que hablar”… pero solo para decirnos “todo está bien” .
Aunque claro… eso sería el milagro más grande después de clasificar a un Mundial.