Por Edwin Gamboa – Fundador Caja Negra
Dicen que en política no hay coincidencias, solo conveniencias. Y el caso del cogobierno silencioso pero evidente entre Dina Boluarte y César Acuña no hace más que confirmarlo. Mientras la presidenta con 2% de aprobación continúa viajando como si liderara un país nórdico en calma, el líder de Alianza para el Progreso (APP) garantiza desde el Congreso el blindaje necesario para que todo siga igual. La fórmula es sencilla: tú me cuidas, yo te acomodo.
Cada vez resulta más difícil negar lo evidente. El blindaje político que Dina Boluarte recibe no se sostiene solo con discursos vacíos o comunicados de emergencia: se sostiene con votos. Y esos votos vienen, en parte, de APP, el partido de César Acuña, que ha convertido el Congreso en una extensión de su aparato político, y las entidades públicas en una agencia de empleos bien aceitada.
El último ejemplo de esta sociedad sin papeles pero con beneficios es la designación de César Sandoval como nuevo ministro de Transportes y Comunicaciones. Militante activo de APP, exsecretario de organización del partido, asesor de Palacio y ahora ministro. ¿Requisitos?. Tener carnet del partido, cercanía con Dina, y ganas de jugar al “yo no fui”.
¿Y qué dijo Acuña?. Que no sabía nada. Que no negocia cargos. Que no tiene interés en ninguna cartera. Que se sorprendió con la designación. Tan sorprendido como cuando uno encuentra su foto colgada en una oficina del Congreso, precisamente en el despacho de una militante suya que gana más de 19 mil soles al mes. Porque cuando se trata de APP, las coincidencias suelen ser escandalosamente convenientes.
Y mientras la ciudadanía aún digiere la masacre de Pataz, el desgobierno, la inflación de funcionarios sin mérito y la ausencia de liderazgo, Acuña saluda al nuevo premier con entusiasmo y llama a dar el voto de confianza por “la estabilidad”. Claro, porque nada dice estabilidad como blindar a un gobierno impopular, colocar ministros cercanos al partido y usar el Congreso como trampolín de intereses personales.
En este contexto, el viaje de Dina Boluarte al Vaticano no es casual. Es simbólico. Va a la Santa Sede mientras el país vive en el infierno. ¿A qué va?. A hacer relaciones públicas. A mostrarse internacionalmente, a tomarse la foto de rigor, y, quién sabe, a buscar indulgencia diplomática para los pecados locales. Pero lo cierto es que su ausencia no se nota porque nunca estuvo realmente presente desde el primer día de su mandato.
Mientras la presidenta viaja, el país se gobierna en piloto automático. Aunque, para ser justos, ya veníamos así desde que asumió. La diferencia es que ahora lo hace con el respaldo explícito de aliados como APP, que —como diría Acuña en su propia interpretación teológica— bien podría rezar: Dina al Vaticano, yo gobierno y te cuido el puesto. Amén.
Y claro, entre una escala y otra, la presidenta aún intenta responder por los Rolex prestados, las joyas de dudoso origen y las cirugías negadas pero documentadas. Todo un vía crucis ético mientras el país se ahoga en inseguridad, crisis económica y desgobierno.
Lo que vivimos no es solo una crisis de representación. Es una simbiosis tóxica entre un Ejecutivo impopular y un partido que ha hecho del pragmatismo su única ideología. El cogobierno de Dina y Acuña no es una teoría: es una práctica. Es visible en los votos, en las designaciones, en los silencios y en las justificaciones absurdas.
Si no reaccionamos ahora, el 2026 no será una elección, será una repetición. Y el precio lo seguirán pagando los ciudadanos, mientras los de siempre siguen viajando, jurando ministros y colgando sus fotos en oficinas públicas.
Porque cuando la política se convierte en canje, lo primero que se pierde es la vergüenza. Y lo segundo, el país.