Infantino: “Lamine Yamal debería jugar en el Mundial de Clubes”

Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
El Mundial de Clubes 2025 iba a ser una celebración de lo mejor del fútbol mundial, una vitrina para premiar a los clubes más competitivos del planeta. Pero bajo la dirección de Gianni Infantino, lo que debía ser una fiesta de mérito deportivo se ha convertido en un espectáculo maquillado con billetes, favores e improvisación. En este teatro, ya no clasifican los que ganan en la cancha, sino los que pesan en la taquilla. Y ahora, cuando ya está todo armado, Infantino lamenta que Lamine Yamal no esté y sugiere que Cristiano Ronaldo sí debería estar. Así de claro: lo que no consigue la clasificación, lo puede comprar el mercado.

No hay duda de que Lamine Yamal es una joya del fútbol actual. A sus 17 años, ha sido una pieza fundamental en el Barcelona campeón de Liga, Copa y Supercopa. Ha marcado, ha asistido, ha maravillado. Pero el propio Infantino, presidente de la FIFA, diseñó un Mundial de Clubes sin el Barça. ¿Y ahora lamenta su ausencia? ¿Ahora dice que “debería jugar”? ¿Después de avalar un sistema que deja fuera al club que lo formó, lo impulsó y le dio al fútbol un nuevo ídolo?

No se trata de justicia ni de reconocimiento. Se trata de conveniencia. Infantino necesita figuras. No importa si su club no clasificó. No importa si se rompe el sentido deportivo. Lo importante es el espectáculo, el negocio, el «show must go on» aunque sea a costa de la coherencia. Por eso ahora también habla de Cristiano Ronaldo. Su equipo, el Al-Nassr, no logró clasificar, pero Infantino sugiere que podría ser fichado a último momento por otro club “para hacerlo más divertido”. ¿Divertido para quién? ¿Para la FIFA, que busca entradas y clics? ¿O para los hinchas, que aún creen que el fútbol es competencia y no casting?.

Permitir fichajes express, habilitar préstamos temporales para figuras mediáticas, abrir la puerta al capricho del marketing, todo eso es romper con la esencia del deporte. Es convertir el Mundial de Clubes en una feria donde el mérito cede ante el marketing, y donde la legitimidad se subasta en nombre de la audiencia.

Porque este torneo no premia al que construyó un proceso deportivo sólido, ni al que ganó en los momentos clave. No. Este Mundial está diseñado para complacer a los socios comerciales, a las plataformas de streaming, a los mercados más rentables. Por eso se juega en 11 ciudades de Estados Unidos, por eso se dan facilidades insólitas para atraer a figuras, y por eso Infantino se pasea por canales como IShowSpeed vendiendo humo con rostro sonriente.

Y mientras se reescriben las reglas a medida, clubes históricos como el Barcelona quedan fuera, pese a su temporada brillante. ¿La razón? No acumularon los puntos suficientes en la media de las últimas cuatro temporadas. Un criterio que se convierte en dogma para unos y en papel reciclado para otros si tienen suficiente atractivo comercial.

Infantino no dirige la FIFA. Dirige un espectáculo. Uno donde el criterio cambia según el interés. Donde las ausencias se lamentan solo si restan ingresos, y donde las presencias se negocian con contratos exprés. En este Mundial de Clubes no hay justicia deportiva. Hay casting global. Y si Ronaldo termina jugando mientras Yamal lo ve desde casa, sabremos con certeza que no estamos ante un torneo, sino ante un circo millonario.

Y el fútbol, ese que aún vive en la ilusión de los hinchas, merece más que eso. Merece coherencia, merece reglas que se respeten, merece que las estrellas lleguen por mérito y no por marketing. Porque si no, lo que se juega ya no es fútbol. Es otra cosa. Y no debería llamarse Mundial.

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