Wangiri: la estafa que cuelga rápido, pero cobra caro

Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
En la era de la hiperconectividad, donde el teléfono celular se ha vuelto una extensión de la vida diaria, un nuevo tipo de estafa se ha consolidado como una amenaza silenciosa y persistente: Wangiri, que en japonés significa “llamar y colgar”. Aunque su nombre suene inofensivo, esta táctica fraudulenta ha dejado a miles de peruanos con altos cobros en su factura sin explicación aparente y representa un modelo de estafa transnacional que se adapta y muta con rapidez, sin que las autoridades o empresas de telecomunicaciones estén logrando frenarlo de manera eficaz.

Desde números internacionales desconocidos y timbrazos fugaces hasta cargos inesperados, Wangiri se ha convertido en una estafa “perfecta”: no necesita robar datos, ni hackear cuentas, solo juega con la curiosidad humana… y cobra por ella.

¿Cómo funciona Wangiri?
La mecánica del fraude Wangiri es tan simple como efectiva. El usuario recibe una llamada internacional de corta duración —uno o dos timbrazos— que termina antes de que pueda contestarla. Al ver la llamada perdida, el instinto lleva a muchas personas a devolverla, pensando que puede tratarse de un familiar, una empresa o una emergencia desde el extranjero.

Es allí donde ocurre el fraude. Al devolver la llamada, el usuario es redirigido a una línea de tarificación especial, muchas veces sin advertencia ni aviso, generando costos elevados por cada minuto de conexión. En algunos casos, estos cargos pueden superar los 10 soles por minuto, y en otros, ni siquiera aparece la duración exacta de la llamada en la factura, dificultando el reclamo posterior.

Según reportes recientes, miles de personas en Perú reciben entre seis y diez llamadas diarias de números desconocidos con prefijos internacionales, principalmente de países como Túnez, Somalia, Pakistán, Nigeria o Islas del Caribe. Muchos de estos intentos están vinculados a esquemas Wangiri, aunque el usuario no siempre cae en la trampa.

¿Por qué es difícil detenerlo?
El gran problema del fraude Wangiri es su capacidad de adaptación y dispersión. Los delincuentes operan con sistemas automáticos que hacen llamadas masivas desde múltiples líneas, muchas de ellas desechables o contratadas de forma fraudulenta. Bloquear un número no sirve de mucho, ya que en pocas horas es reemplazado por otro.

Además, muchas de las bases de datos con números telefónicos son obtenidas mediante filtraciones en redes sociales, aplicaciones móviles y páginas web poco seguras, lo que facilita que los delincuentes dirijan sus llamadas a millones de usuarios al azar.

Lo más preocupante es que, hasta ahora, no existe una acción coordinada y eficiente entre operadoras, gobierno y ciudadanía para prevenir, identificar y sancionar estas estafas. Las denuncias individuales suelen no tener seguimiento, y la falta de regulación específica deja un vacío que favorece la impunidad.

Otras estafas que afectan a los peruanos
Wangiri es solo una entre varias formas de fraude telefónico que afectan a la población. Las modalidades más comunes incluyen:

Vishing (phishing por voz): llamadas en las que un supuesto funcionario bancario pide información sensible, como claves, códigos o números de cuenta.

Extorsión telefónica: amenazas de supuesta organización criminal o manipulación emocional para obtener dinero mediante chantaje.

Sorteos falsos o promociones inexistentes: mensajes que ofrecen premios o viajes a cambio de compartir datos personales o realizar pagos simbólicos.

Estas estafas explotan la desinformación, el miedo y la buena fe, afectando principalmente a personas mayores, usuarios poco digitalizados o personas en situaciones de estrés económico.

El fraude Wangiri demuestra cómo la tecnología sin protección puede volverse una trampa silenciosa, y cómo las pequeñas decisiones del día a día —como devolver una llamada desconocida— pueden tener consecuencias económicas reales.

Frente a esta situación, la única defensa efectiva es la prevención informada. Los ciudadanos deben estar alertas, no devolver llamadas a números desconocidos con prefijos internacionales, instalar aplicaciones que identifiquen llamadas sospechosas y reportar los intentos de estafa a las operadoras.

Pero esta no puede ser solo una batalla del individuo. Es necesario que las autoridades reguladoras, las empresas de telecomunicaciones y las plataformas digitales trabajen de manera articulada para crear barreras preventivas más sólidas, sancionar a quienes lucran con estas prácticas y garantizar canales eficaces de reclamo.

Porque cuando una llamada perdida deja una deuda real, lo que está en juego no es solo un descuido, sino el derecho a una vida conectada sin ser víctima de redes delictivas que operan impunemente.

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