Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
En medio de una Lima que crece entre la informalidad urbana, la expansión sin planificación y la falta de espacios públicos sostenibles, un ambicioso proyecto busca romper el molde: la construcción de la primera península artificial del Perú en la costa del Callao, con una inversión estimada de 760 millones de dólares. Esta megaobra no solo plantea transformar la relación del país con el mar, sino también redefinir el futuro del desarrollo urbano en la región costera.
Con 2 kilómetros cuadrados de nuevo suelo urbano ganado al océano, el proyecto ha sido aprobado en su fase inicial por el Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento (MVCS) y es promovido por el sector privado bajo la modalidad de Proyecto en Activos. En un país donde los megaproyectos suelen naufragar entre la corrupción, la ineficiencia o el olvido, esta propuesta plantea interrogantes urgentes: ¿será una oportunidad real de desarrollo o solo una isla de privilegio en un mar de desigualdades?.
¿Qué propone la península artificial?
El proyecto contempla una intervención sin precedentes: crear suelo urbano donde hoy hay mar, mediante ingeniería costera avanzada. Se trata de una superficie aproximada de 2 km², donde se construirán zonas residenciales, espacios comerciales, infraestructura náutica y espacios públicos recreativos. Entre las áreas destacadas se incluyen:
Una playa artificial de 280,000 m².
Un parque acuático interior de 300,000 m².
Un parque externo de 1 km².
Zonas mixtas de comercio, vivienda y servicios logísticos.
La ubicación en la costa del Callao, cercana a vías de acceso, terminales portuarios y ejes logísticos clave, le confiere un valor estratégico que podría dinamizar la economía local y reconfigurar la oferta urbana del puerto más importante del país.
Fases del proyecto y estructura financiera
El proyecto se encuentra actualmente en etapa de formulación como Iniciativa Privada, bajo la supervisión de Proinversión. Según el cronograma, la declaración de interés se espera para el tercer trimestre de 2025, y la adjudicación directa se proyecta para el cuarto trimestre del mismo año.
Este proceso se desarrollará bajo la modalidad Greenfield, es decir, en terrenos sin infraestructura previa. Al ser un Proyecto en Activos, el inversionista se compromete a financiar, construir y operar la infraestructura sin adquirir la propiedad del suelo ni exigir aportes del Estado, lo que reduce el riesgo fiscal, pero también implica una fuerte responsabilidad técnica y ambiental.
Aunque esto podría abrir una puerta para la innovación y el financiamiento privado en grandes proyectos de infraestructura, también exige controles rigurosos y transparencia absoluta, especialmente considerando los antecedentes del país en contrataciones públicas y alianzas público-privadas.
¿Oportunidad o exclusión urbanística?
Más allá de su potencial turístico y logístico, la propuesta ha abierto un debate necesario: ¿quiénes se beneficiarán de esta península artificial? ¿Será un espacio de integración urbana, sostenible y abierto a la ciudadanía, o una burbuja de lujo con acceso restringido en medio de una ciudad fragmentada?.
Lima y Callao enfrentan problemas estructurales como déficit de vivienda digna, falta de espacios públicos, precariedad en los servicios básicos y desigualdad territorial. En ese contexto, construir una ciudad sobre el mar puede sonar innovador, pero corre el riesgo de convertirse en un símbolo de exclusión si no se diseña con criterios de justicia social y sostenibilidad ambiental.
Además, los impactos ecológicos de ganar territorio al mar exigen una evaluación rigurosa. ¿Cuál será el efecto sobre los ecosistemas marinos, el oleaje, la fauna costera y las comunidades pesqueras del Callao? ¿Se ha previsto una consulta pública ambiental y ciudadana? Aún no hay respuestas claras.
El proyecto de la península artificial en el Callao representa una intersección entre ambición, tecnología, inversión privada y promesas urbanas. Pero también es un espejo del Perú que estamos construyendo: uno que puede innovar o repetir los errores de siempre.
La infraestructura puede ser motor de desarrollo, pero solo si se planifica con inclusión, con respeto al entorno y con una visión a largo plazo. No se trata solo de levantar cemento sobre el mar, sino de levantar ciudadanía, equidad y sentido de pertenencia sobre ese nuevo territorio.
Será clave exigir transparencia, participación social y mecanismos de fiscalización técnica y ambiental. Porque si se trata de crear ciudad, entonces debe ser una ciudad para todos, y no un islote de privilegio flotando sobre las urgencias reales del país.