Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Mientras las ciudades costeras del mundo enfrentan el desafío del cambio climático y la expansión urbana, un informe científico reciente advierte que al menos dos distritos de Lima están literalmente hundiéndose. El estudio, elaborado por la Universidad Tecnológica de Nanyang (Singapur) y publicado en la revista Nature Sustainability, alerta que Ancón y Carabayllo presentan hundimientos de hasta 2,4 centímetros por año, una señal preocupante de vulnerabilidad geológica en la capital peruana.
Este fenómeno, conocido como subsidencia del terreno, podría ser el resultado de factores naturales como las fallas tectónicas, pero también de acciones humanas, como la extracción indiscriminada de aguas subterráneas. Las consecuencias no son solo geológicas: afectan la seguridad estructural de viviendas, servicios básicos y la planificación urbana misma. En un país donde la prevención suele llegar tarde, la advertencia científica debe traducirse en acción urgente.
¿Qué está pasando bajo nuestros pies?
El hundimiento del terreno es un proceso geológico silencioso pero persistente. A diferencia de los sismos, que se manifiestan de manera abrupta, la subsidencia avanza sin hacer ruido, afectando lentamente los cimientos de las ciudades. El estudio analizó imágenes satelitales de 48 ciudades costeras entre 2014 y 2020, detectando cambios milimétricos en la elevación del suelo. En Lima, el foco rojo se centró en Ancón y Carabayllo, ambos ubicados en el extremo norte de la ciudad.
Según el informe, Ancón registró el mayor hundimiento, con un promedio anual de 2,4 cm. Aunque parezca poco, esta cifra acumulada puede tener impactos graves en menos de una década: inundaciones más frecuentes, grietas en edificaciones, deslizamientos de tierra y colapso de servicios.
Willem Viveen, geólogo de la PUCP, señala que parte del hundimiento puede atribuirse a la actividad tectónica en la región, donde convergen las placas de Nasca y Sudamericana. Sin embargo, advierte que la expansión urbana y la sobreexplotación de acuíferos podrían estar agravando el fenómeno. La falta de regulación en la perforación de pozos, sumada al crecimiento informal, crea un cóctel de vulnerabilidad estructural.
¿Qué implicancias tiene para la ciudad?
La subsidencia del suelo no es un problema menor. Afecta la infraestructura vial, las redes de agua potable y alcantarillado, los sistemas de drenaje y los cimientos de edificaciones residenciales y comerciales. En ciudades como Tianjin (China), que también fue analizada en el estudio, la situación llegó al punto de evacuar a más de 3,000 personas por grietas gigantescas en las calles. ¿Está Lima preparada para enfrentar un escenario similar?
Actualmente, no existe una política pública que monitoree de forma continua este tipo de amenazas geológicas. Tampoco hay protocolos claros para urbanizar zonas en proceso de hundimiento. La informalidad urbana, que caracteriza a muchos distritos en Lima, podría estar ocultando la gravedad del problema al permitir construcciones sin estudios de suelo ni supervisión técnica.
Peor aún, la información científica no siempre llega a los gobiernos locales, que enfrentan presiones políticas, déficit de recursos y baja capacidad técnica. Mientras tanto, las familias construyen, viven y crecen sobre un terreno que cede, milímetro a milímetro, cada año.
Una amenaza global, una respuesta local
A nivel global, se estima que más de 76 millones de personas viven en zonas que se hunden al menos un centímetro por año. Las causas combinan el cambio climático, el aumento del nivel del mar, la expansión urbana desordenada y la sobreexplotación de recursos naturales subterráneos. En América Latina, ciudades como Ciudad de México, Buenos Aires y Guayaquil también enfrentan riesgos similares.
Pero si bien los factores son compartidos, la respuesta debe ser local, técnica y urgente. Lima no puede permitirse esperar a que las grietas sean visibles. Es momento de monitorear, planificar y actuar. Esto implica:
Regular la perforación de pozos de agua subterránea.
Implementar sistemas de monitoreo satelital permanente del terreno.
Prohibir nuevas urbanizaciones en zonas de subsidencia activa.
Adaptar códigos de construcción para zonas vulnerables.
Invertir en educación y conciencia pública sobre riesgos geológicos.
El hundimiento de Ancón y Carabayllo no es solo un fenómeno físico: es un símbolo de la fragilidad estructural, institucional y ambiental con la que Lima enfrenta su expansión. Un metro cuadrado ganado al suelo sin planificación puede convertirse en una deuda geológica de consecuencias incalculables.
La ciencia ha hecho su parte: ha medido, ha advertido y ha publicado. Ahora le corresponde al Estado, a los municipios y a la ciudadanía leer con seriedad esa advertencia y traducirla en medidas concretas. Porque cuando una ciudad se hunde sin que nadie actúe, no solo falla el suelo… también fallan quienes debieron sostenerlo.