Por el Capibara
Desde algún rincón del más allá, probablemente en un mausoleo con biblioteca de mármol y vista al ocaso del aprismo, reaparece con voz impostada y sarcasmo desbordante el expresidente Alan Gabriel Ludwig García Pérez. No convocado por el Apra —que ya ni vela tiene en el entierro nacional—, sino por la actualidad peruana, esa tragicomedia donde los Rolex tienen más minutos de cámara que los ministros, y la cirugía estética se ha vuelto política de Estado.
En esta entrevista sin anestesia y con bisturí dialéctico, El Capibara, periodista silvestre, libre y sin dueño, logra lo que ni los vivos pueden: arrancarle opiniones crudas y sin filtro al dos veces presidente del Perú. Desde la eternidad, Alan opina sobre Dina Boluarte, sus joyas, sus ministros sumisos, el país de las extorsiones, la minería ilegal y hasta sobre la extraña transformación del poder en pasarela de vanidades.
El Capibara: Doctor García, le agradezco que nos reciba desde el más allá. ¿Cómo le va con los fantasmas de la historia?
Alan García: Bastante mejor que con los fantasmas del presente. Aquí al menos uno conversa con Haya de la Torre, con Basadre, con Grau… en cambio allá abajo, el nivel de discurso ha sido reemplazado por bisturí, brillos y silencio. Antes los presidentes hacían historia; ahora hacen colágeno.
El Capibara: ¿Qué opina del escándalo de los Rolex, las cirugías, y la colección de joyas de la presidenta?
Alan García: Mira, el problema no es el Rolex… el problema es el contenido. Porque hasta el más humilde puede lucir un reloj de lujo si su gestión vale la pena. Pero lo que tenemos es lujo sin lustre, cirugía sin cirugía política, y joyas en un país que sangra por la delincuencia. Es como si quisieran hacer pasar una cinta de Teletón por una ceremonia de Estado.
El Capibara: ¿Y sus ministros?
Alan García: ¡Ah, mis favoritos! Una colección de aplaudidores profesionales. El consejo de ministros parece una reunión de fans de la señora. Cada uno esperando su turno para decirle “usted es la esperanza del país”, mientras las regiones arden, la salud colapsa, y los niños respiran plomo. En mis tiempos un ministro que no pensaba era cambiado. Hoy, si piensa, es cambiado.
El Capibara: ¿Ve similitudes con su estilo?
Alan García: ¿Similitudes? Por favor. Yo llenaba plazas con discursos de tres horas. Hoy llenan titulares con cirugías de tres puntos. Yo tenía oposición, debate, crítica. Hoy el gobierno no responde porque no tiene ni idea de qué decir. Han confundido el poder con el maquillaje.
El Capibara: ¿Y la situación del país? Extorsión por todos lados, bandas criminales, ciudadanos sin protección…
Alan García: Perú ha dejado de ser República para convertirse en República Extorsiva Unida del Bicentenario. Hoy el mototaxista paga cupo, el tendero paga cupo, el policía hace TikTok, y el Estado… está en recuperación post-quirúrgica. La autoridad real la tienen las bandas. Ellos gobiernan. El gobierno… posa.
El Capibara: ¿Y la minería ilegal?
Alan García: Ah, la joya de la corona. Literal. El oro que sale sin control, los bosques que desaparecen, los ríos que mueren. Pero eso sí: que nadie toque el tema, porque el poder de verdad está donde están las dragas. Se gobierna para no molestar a los ilegales, mientras se fiscaliza al ambulante por vender gaseosas sin autorización.
El Capibara: ¿Cómo resumiría usted este periodo?
Alan García: Fácil. Un gobierno de apariencia sin sustancia. De cirugías sin cirugía política. De ministros que no gestionan, sino maquillan. De decisiones tomadas entre espejos y luces. No hay programa, no hay visión. Solo hay protocolo… y bisturí.
Desde su retiro perpetuo, Alan García hace lo que en vida: hablar fuerte, criticar con estilo, y dejar frases para el archivo. Esta vez, sin miedo, sin cálculo, sin partidos. Solo con ironía, indignación y la sensación de que el Perú se ha convertido en un escenario donde los verdaderos problemas se esconden detrás de un bisturí bien aplicado y un Rolex mal prestado.
En su despedida, García se pone de pie metafóricamente y dice:
“Al menos yo dejé discursos, libros, enemigos políticos… Ella dejará facturas, bisturíes y un par de vitrinas vacías”.
Así cerramos esta conexión espectral y necesaria. Alan, con su ego intacto y su ironía aguda, nos recuerda que no todo pasado fue mejor… pero que este presente es, sin duda, una mala copia quirúrgica del poder. Desde las entrañas de La Caja Negra, se despide El Capibara, periodista silvestre, libre y sin dueño, con hocico alerta y la convicción de que en este país no hay descanso… ni en la eternidad.
Hasta la próxima entrevista desde el más allá, donde los muertos hablan más claro que los vivos.