Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Mientras algunos debates nacionales giran en torno a qué colores usar en el desfile de Fiestas Patrias o cuántas corbatas caben en una sesión del Congreso, hay otro asunto que avanza en silencio, pero con efectos devastadores: la tos ferina. Una enfermedad que en cualquier país con memoria, ciencia y sentido común sería solo un tema de vigilancia, hoy ha registrado más de 700 casos en apenas cinco meses en el Perú. El 65 % está en Loreto. Y no, no es ciencia ficción ni una metáfora de una película posapocalíptica: es simplemente lo que pasa cuando el olvido se convierte en política pública.
La tos ferina —esa vieja conocida bacteriana con nombre de resfriado y consecuencias de pesadilla— ha vuelto con fuerza. Ya son 722 los casos registrados entre enero y mayo de 2025, superando por goleada el promedio anual de 50 a 150. Pero tranquilos, porque según nuestras autoridades “no hay epidemia”. Solo hay “una concentración regional”. En otras palabras, si los que se enferman están lejos de Lima, no cuenta.
Y claro, Loreto encabeza la tabla con 529 casos. Nada mal para una región históricamente abandonada, donde llegar a un puesto de salud puede tomar días, si la lancha no se malogra. Pero eso sí: el Ministerio de Salud asegura que ha desplegado brigadas con eficacia quirúrgica. Veinticinco equipos enviados desde enero, quince más en junio, casi 2 millones de vacunas distribuidas… y, sin embargo, la cobertura de vacunación sigue sin pasar el 80 %. ¿Quién sabe? Tal vez las vacunas se evaporan en el camino o simplemente la cobertura se mide con regla rota.
El doctor José Proaño, de la Universidad César Vallejo —porque claro, ahora las vocerías oficiales también vienen con logotipo universitario— nos recuerda que los más vulnerables son los niños menores de cinco años, especialmente aquellos que aún no completan su esquema de vacunación. Y si a eso le sumamos madres gestantes sin acceso a la Tdap, centros de salud sin personal, y regiones sin infraestructura, el resultado es predecible: una enfermedad prevenible se convierte en una ruleta rusa geográfica.
¿Y qué hacen las autoridades? Reparten cifras, emiten comunicados y ofrecen declaraciones tipo “debemos proteger especialmente a los más pequeños”. Una frase tan genérica como la etiqueta de una botella de agua. Porque, en la práctica, las vacunas no llegan solas, y los médicos no caminan sobre ríos. La Amazonía no necesita buenas intenciones, necesita gasolina, equipos y logística, esa palabra incómoda que rara vez entra en el presupuesto.
Mientras tanto, el Estado intenta convencernos de que todo está bajo control. Que se han vacunado miles. Que no hay alarma. Que no hay epidemia. Y que, por supuesto, todo avanza “con normalidad”. La única normalidad que se observa, eso sí, es la costumbre de actuar tarde, llegar mal y culpar al clima, al terreno o al olvido crónico. Porque si la tos ferina fuera una licitación, ya estaría resuelta.
La tos ferina no es el problema. El verdadero contagio es otro: el de la indiferencia. Mientras los niños siguen enfermando por una enfermedad del siglo pasado, el Estado responde con parches, declaraciones y más campañas de concientización que vacunas efectivas. Y lo más trágico: esto no sorprende a nadie. Porque en Perú, las muertes prevenibles ya no son noticia, sino estadística.
Reflexión final
La salud pública no debería depender de la geografía. Pero aquí, si naces en una comunidad indígena amazónica, tu derecho a no morir por una tos que empieza como un resfrío depende del combustible de una lancha, de si hay personal ese día en el centro de salud y de si al Estado se le ocurre declararlo “prioridad”. Las vacunas existen. La ciencia está clara. Lo único que falta es voluntad. Pero claro, eso no se distribuye en frío, ni viene en dosis. Y para eso, aún no hay brigada.