«La estupidez insiste siempre y por siempre»

¡Y vaya si insiste!. Es más persistente que una oferta fraudulenta en internet, más difícil de erradicar que un virus informático y, lo mejor de todo, absolutamente inmune a la razón. La estupidez no solo existe, sino que se multiplica con un entusiasmo desbordante, como si tuviera una misión divina en la Tierra. Puedes intentar combatirla con lógica, con hechos, con pruebas irrefutables, pero nada la detiene. Es como un enemigo inmortal en un videojuego: no importa cuántas veces la derrotes con argumentos sólidos, siempre regresa, más fuerte, más terca y, lo más desconcertante, con menos.

Lo más admirable de la estupidez es su inquebrantable seguridad. Mientras la inteligencia duda, analiza y reconsidera, la estupidez avanza con la determinación de un búfalo desbocado. No necesita pruebas, no requiere lógica ni argumentos coherentes; simplemente se aferra a sus creencias con una terquedad digna de un profeta de las redes sociales. Es como ver a alguien chocar contra la misma pared una y otra vez, convencido de que, en algún momento, la pared se moverá por pura voluntad.

Y lo mejor es que la estupidez no discrimina. Puede encontrarse en cualquier rincón del mundo: en la política, donde prolifera con una facilidad pasmosa; en la televisión, disfrazada de entretenimiento; en las redes sociales, donde ha encontrado su paraíso digital; en la junta de trabajo, donde alguien propone por cuarta vez la misma idea desastrosa con una convicción admirable; y, por supuesto, en esos debates interminables con personas que creen que «su opinión» tiene el mismo peso que un hecho comprobado.

Porque, claro, hoy en día todo es debatible. La gravedad, la ciencia, la historia, hasta la existencia de Australia si nos guiamos por ciertas teorías conspiranoicas. Vivimos en una era donde el «yo creo» ha destronado al «yo investigo» y donde la ignorancia, lejos de ser motivo de vergüenza, es un estandarte que se porta con orgullo.

Lo más inquietante es la capacidad camaleónica de la estupidez. Puede disfrazarse de confianza extrema, de rebeldía sin causa o, en su versión más peligrosa, de liderazgo carismático. Así es como, a lo largo de la historia, algunos de los mayores desastres han sido provocados por personas convencidas de que tenían razón, aunque la realidad gritara lo contrario. Y así seguirá, eterna e indestructible, como una cucaracha nuclear en un mundo posapocalíptico.

Porque si hay algo que la historia nos ha enseñado, es que la estupidez no solo insiste. Se multiplica, se organiza y, lo peor de todo, vota.

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