Normalmente no meto la nariz donde no debo —yo no soy como ciertos personajes de Palacio—, pero esta vez haré una excepción porque algo huele mal. Muy mal. Y no, no es la anestesia. Es el perfume rancio de un gobierno que huele a cloroformo democrático. Dina Boluarte está estrenando nariz, pero su gobierno sigue conectado al respirador artificial de la sobrevivencia política. Porque está clarísimo: se operó la nariz no para verso mejor, sino porque había perdido el olfato… político, ético y de sentido común.
Por supuesto, sus asesores de quinta pensaron que una rinoplastia iba a arreglar el perfil —ojo, no el perfil de gestión— del Perú ante el mundo. Una jugada digna del más cínico manual de marketing: «Si no puedes cambiar la realidad, cambia la foto de perfil». Y ahí entró el verdadero salvador de este gabinete: el cirujano plástico. El Doctor Cavani, probablemente más importante hoy que el primer ministro. Porque en este país la cirugía plástica avanza, mientras las reformas estructurales están en la UCI desde hace años.
Según fuentes de humor negro, Dina no descarta nuevas intervenciones: una reconstrucción de imagen, un levantamiento de credibilidad, o quizás un injerto de carisma, aunque este último procedimiento aún está en fase experimental en el Perú.
Y como todo en este país es contagioso —menos las buenas ideas—, ya se rumorea que varios congresistas quieren seguir sus pasos. No en políticas públicas, claro, sino en bisturí público. Solo falta que Wayki Oscorima le preste un piercing de oro macizo para completar el look de «Presidenta Reggaetón Edition».
Mientras tanto, el país, ese detalle incómodo que interrumpe las sesiones de fotos, sigue tambaleando entre la inseguridad, el desempleo y el desgobierno. Pero Dina se tomó 12 días de licencia. Porque claro, ¿qué son doce días de vacío de poder en un país donde llevamos décadas en vacío de liderazgo?.
Lo realmente admirable es que la presidenta ha logrado lo que ni una Asamblea Constituyente ni un Mundial podrían conseguir: unir a los peruanos. Pero no en torno a un proyecto país, sino en la ironía colectiva más brutal que se recuerda desde la época de las cortinas de humo fujimoristas. Nadie habla de inflación, nadie habla de corrupción, pero todos discuten sobre si el tabique quedó derecho o si el perfil es griego, romano o directamente mitológico.
Y es que, somos sinceros: en este circo nacional, la rinoplastia presidencial es la metáfora perfecta. Porque aquí no se corrigen los errores, se maquillan. No se enfrenten a los problemas, se esconderán detrás de una cirugía estética. No se gobierna, se posa para la cámara.
Al final del día, Dina Boluarte no necesitaba un nuevo perfil. Necesitaba un nuevo guion. Porque la política peruana no requiere bisturí. Necesita terapia intensiva. Reanimación ética. Un trasplante de liderazgo. Y, sobre todo, un tratamiento urgente contra la miopía moral.
Pero bueno, mientras esperamos que eso suceda —con fe, o con sedantes—, quedamos atentos a la próxima operación estética o cosmética del Ejecutivo. Porque si algo nos ha enseñado este gobierno es que aquí no se gobierna con ideas… se gobierna con filtros.
Y quién sabe: quizás lo próximo sea una liposucción presupuestaria, un botox de cifras maquilladas o un levantamiento de promesas incumplidas. Total, el país está acostumbrado a los retoques… pero jamás a las soluciones.