Si alguna vez pensé que el idioma español era una construcción sólida, armada con siglos de gramática, ortografía y sabiduría literaria… debo admitir que vivió en una burbuja de ingenio. Porque llegó él. El único. El irrepetible. El hombre que no destruye el idioma: lo reinventa. Lo descompone, lo mezcla, lo rearma… a su manera.
César Acuña Peralta no es un político. Es un género literario. Un fenómeno lingüístico. Un poeta posmoderno sin quererlo. Un influencer de frases célebres reciclables. Y como todo maestro de culto, cada cierto tiempo regresa, listo para iluminar —o confundir— al país entero con su arsenal de sabidurías dignas de PowerPoint de WhatsApp.
Ya lo hemos escuchado decir, con total convicción: “El que estudia, triunfa”.
¡Impactante! ¡Contundente! ¡Y lo mejor… gratis! En un mundo lleno de teorías pedagógicas, de estudios sobre innovación educativa, de papers académicos que cuestan millas de dólares… aparece Acuña y te lo resume en cuatro palabras. Google, tiembla.
Pero sigamos recorriendo el museo de sus frases inmortales: “Un libro te abre los ojos, pero un libro cerrado no sirve para nada.” Gracias por tanto, César. ¿Quién necesita bibliotecarios, pedagogos o críticos literarios cuando te tenemos a ti? Cada vez que paso por una librería pienso en pegarle este sticker a las vitrinas: “¡Favor de abrir los libros para que sirvan!”
Y por supuesto, la filosofía acuñística tiene su propia lógica de hierro (oxidado). “En la guerra, el ganador es el que pierde menos”. Una joya que debería estar grabada en piedra en West Point o en la Escuela Militar de Chorrillos. Porque mientras otros se complican con estrategias, César ya encontró la clave: perder poquito es igual a ganar mucho.
¿Lógica elemental? También tiene para regalar: “Hemos venido a ganar, no a perder, porque el que pierde no gana”. Esto debería enseñarse en primer grado de primaria, junto a las vocales y las tablas de multiplicar. Porque lo que es evidente para todos, Acuña lo convierte en doctrina.
Y atención que no se detiene ahí. También domina la biología, la filosofía existencial y hasta la reproducción humana: “Si no hubiera mujeres, los hombres no existiríamos”. ¿Se imaginan a Darwin levantándose en su tumba, aplaudiendo? ¿O a Stephen Hawking rascándose la cabeza pensando: “¿Cómo no se me ocurrió antes?” ? César es así: va directo al núcleo de la verdad… aunque sea a punta de obviedades.
Por si fuera poco, también ha revolucionado el concepto de la comunicación política: “Yo he venido para trabajar, no para hablar palabras.” Hermoso. Casi lloro. Señores, basta de debates, basta de entrevistas, basta de discursos en campaña. César Acuña propone un nuevo modelo de liderazgo: gobernar por telepatía o, mejor aún, por silencios prolongados.
Pero lo mejor de todo es que esta historia… ¡no termina! Porque el país se prepara para otra de sus campañas presidenciales. Y ya lo sabemos: con César Acuña no solo se postula a un cargo. No. Se postula a ser leyenda . Imagínense lo que se viene. Las nuevas frases están en el horno, listas para dejar perplejos a lingüistas, antropólogos, politólogos y community managers.
Por ejemplo, me atrevo a predecir las que podrían salir en esta campaña 2026: “El futuro es el mañana que todavía no llega.”
“El Perú necesita peruanos que vivan en el Perú”.
“El progreso avanza cuando no se queda atrás”.
“Hay que trabajar unidos, porque separados no estamos juntos”.
“Los jóvenes son el futuro, porque los viejos ya fueron”.
Y por supuesto, su clásico recargado: “El que no quiere perder, tiene que ganar”.
No sé ustedes, pero yo ya estoy preparando mi álbum de figuritas de frases acuñísticas. Porque si algo nos ha enseñado este ilustre caballero, es que en un país surrealista como el Perú, donde todo es posible y nada sorprende, necesitamos siempre a un César Acuña. No por sus propuestas. No por sus planes de gobierno. Sino porque es el mejor recordatorio de que en la política peruana… siempre se puede caer más bajo, pero también siempre se puede reír más alto.
Así que prepárense. Viene el show.
Viene la gira mundial de frases.
Viene César, otra vez.
Y mientras tanto, los diccionarios, las reglas gramaticales y la Real Academia de la Lengua… se abrazan y lloran en silencio.