Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Bienvenidos al Mundial de Clubes 2025, también conocido como la fiesta donde la historia no está invitada. FIFA, en su afán de modernizar el fútbol (léase: maximizar ingresos), ha decidido que gigantes como Barcelona, Liverpool, Milan, Manchester United y Ajax se queden viendo la transmisión por televisión. Al parecer, haber ganado varias Champions, cambiar el rumbo del fútbol o tener millones de seguidores en el planeta no es suficiente. Hoy lo que importa es el ranking UEFA, el Excel de la FIFA y no fastidiar los contratos publicitarios. Es el mundial más inclusivo del mundo… siempre que hayas pasado los filtros del algoritmo.
¿Quién necesita al Barcelona? Total, solo tiene cinco Champions, una historia de escándalo, un estadio que es casi una religión y millones de hinchas en cada rincón del mundo. Pero como se cayó en fase de grupos y recibió goleadas memorables, pues afuera. Que se quede en casa viendo cómo el Eintracht Frankfurt o algún campeón de Copa de Asia llena su espacio porque «es el reglamento, señor».
Liverpool, subcampeón en 2022, tampoco clasificó. ¿Por qué? Porque Chelsea y Manchester City ya ocuparon los dos cupos permitidos por país. El mensaje es claro: «Gracias por participar, vuelva en cuatro años si logra que la aritmética lo acompañe». De nada sirve haber inventado el ‘You’ll Never Walk Alone’, tener a Klopp o haber escrito páginas épicas de remontadas imposibles. Lo sentimos, no tienen el perfil administrativo necesario para esta fiesta.
Milan, ese club de elegancia, táctica y siete copas de Europa… excluido. Manchester United, con su historia, su leyenda y su estadio museo… borrado. Ajax, con su legado de fútbol total y su academia de sueños… descartado por no cumplir con el KPI del siglo XXI: ser relevante en Google Trends. La FIFA no quiere clubes, quiere cifras. No quiere mitos, quiere métricas.
Mientras tanto, se codearán por la gloria equipos con menos copas que comerciales. Algunos llegan porque ganaron una Champions hace poco, otros porque tienen un plan de marketing más sólido que su defensa. Incluso la MLS tendrá su representante, no porque haya ganado mucho, sino porque el torneo será en Estados Unidos y, claro, hay que hacer la cortesía. Si no, ¿quién compra entradas a precio de Superbowl?
La Copa de Clubes 2025 será un desfile de banderas… y también de contratos televisivos, de influencers con camisetas puestas y de estadios llenos de turistas que confunden al Napoli con el Nápoles. Será un festival de pantallas LED, discursos inspiracionales y fuegos artificiales. Todo muy bonito, muy limpio, muy FIFA. Pero sin alma.
La FIFA se ha esmerado: ha logrado organizar un Mundial de Clubes sin clubes de historia. El museo queda cerrado. Los estandartes guardados. Y los grandes, relegados al archivo. El fútbol, ese juego de pasión, gloria y épica, ha sido reemplazado por una hoja de cálculo con filtros por país.
Lo peor es que la FIFA lo vende como un «nuevo comienzo», una «modernización del fútbol global». Lo llaman inclusión, pero huele a exclusión disfrazada de reglamento. Es como si organizaran un festival de rock y dejaran fuera a los Beatles porque no publicaron disco en los últimos tres años.
Así que ya lo sabe, estimado lector: si su club ha ganado Champions, formado leyendas y construido identidad, cuidado, eso ya no es suficiente. Lo importante ahora es cumplir con los parámetros de esta nueva religión del fútbol: la fe ciega en el ranking, el culto a la estadística y el diezmo que se paga en dólares.
Porque en este Mundial de Clubes no se premia la historia. Se premia ser convenientemente rentable.