Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra
Con más de 2,4 billones de dólares gastados en defensa, el planeta prepara misiles mientras los diplomáticos emiten comunicados tibios. ¿La paz? Solo figura en discursos. Lo real es que los líderes del mundo ya pusieron en marcha la maquinaria de la próxima guerra. Y nadie pisa el freno.
El gasto militar global alcanzó un récord: 2,44 billones de dólares en 2023. ¿Se traduce en seguridad?. No. ¿En paz?. Menos. Lo que significa, con todas sus letras, es que el mundo se está armando hasta los dientes para una guerra que ya nadie disimula. Hay cifras, hay misiles, hay tensiones. Solo falta que alguien presione el botón. Y si no lo han hecho aún, es porque los mercados todavía no terminan de calcular cuánto podrían ganar.
Bienvenidos a la cuenta regresiva de la Tercera Guerra Mundial. Spoiler: no será por accidente. Será por decisión.
El negocio más rentable: la destrucción
No hay inversión más próspera que la muerte. Mientras millones de personas viven con lo mínimo, los gobiernos destinan miles de millones a armamento, tecnología bélica y munición inteligente diseñada para matar con eficiencia estadística. Ucrania gasta el 36,7% de su PIB en defensa. Sudán del Sur, Líbano, Argelia y Arabia Saudí no se quedan atrás. ¿Paz?. No hay presupuesto para eso. Pero para misiles sí, y con intereses incluidos.
Los cinco países con mayor gasto proporcional al PIB están todos atravesados por guerras, conflictos limítrofes, crisis étnicas o tensiones geopolíticas. Y en lugar de buscar soluciones, prefieren reforzar sus arsenales y cruzar los dedos. Porque en este mundo, prevenir es de débiles. Aquí se dispara primero… y se negocia después, si queda alguien con quién hacerlo.
La ONU mira. Los fabricantes cobran. Los pueblos caen.
El sistema internacional hace lo que mejor sabe hacer en momentos críticos: emitir comunicados que nadie lee. La ONU “observa con preocupación”. Las potencias “exhortan al diálogo”. Y mientras se reúnen en cumbres de paz con vino blanco y aire acondicionado, las fábricas de armas cierran contratos y entregan lotes puntualmente. Todo perfectamente legal, por supuesto. Todo firmado. Todo con código QR.
Las guerras no estallan solas. Se fabrican. Se financian. Se esperan. Lo verdaderamente trágico no es que haya conflicto: es que ya se le asignó presupuesto y cronograma.
Las cifras no mienten (pero los gobiernos sí)
Estados Unidos, China, Rusia, India y Arabia Saudí lideran el gasto militar global. Todos dicen que lo hacen “por defensa”, “por seguridad” o “por estabilidad regional”. Pero la verdad es otra: todos se preparan para imponerse, no para protegerse. El lenguaje es técnico, pero el fondo es brutal: armas más rápidas, bombas más precisas, drones más letales.
El SIPRI lo confirma: el gasto militar creció 6,8% en un solo año. Mientras tanto, la inversión global en salud, educación o lucha contra el hambre ni siquiera alcanza esos ritmos. ¿La humanidad está en peligro?. Sí. ¿Por falta de recursos?. No. Por exceso de cinismo.
La norma es gastar, blindarse y provocar. Porque en la geopolítica actual, el que no amenaza no existe. La paz dejó de ser una meta: es una excusa decorativa para quienes se preparan para arrasarlo todo en nombre de su bandera.
Conclusión: la guerra no viene, ya empezó
La Tercera Guerra Mundial no será declarada. Será administrada, como una campaña publicitaria o una estrategia de mercado. Ya se están vendiendo las armas. Ya se firmaron los acuerdos. Ya se prepararon las narrativas.
Lo único que falta es que alguien apriete el botón. Y si no ha pasado aún, es porque están esperando el momento exacto para que duela más… y rinda mejor.
Reflexión final: la paz no es rentable, pero es urgente
La paz no da votos. No da contratos. No da bonos de defensa. Pero es lo único que puede evitar que el planeta entero se convierta en escombro certificado. Nadie está hablando claro. Nadie se está deteniendo. Los líderes mundiales caminan con paso firme hacia el abismo… y lo más grave es que se creen racionales.
La única resistencia posible es colectiva, civil, radical. No pacifista como adorno, sino pacifista como exigencia. Porque si seguimos callando mientras se fabrican las bombas, no podremos quejarnos cuando nos estallen encima.