Aeropuerto El Dorado obtiene reconocimiento. ¿Y nosotros?

Por Edwin Gamboa, fundador Caja Negra

Mientras el aeropuerto El Dorado de Bogotá es reconocido como el nuevo epicentro aéreo de América Latina, en Perú seguimos atrapados en la cinta transportadora de la desilusión. Nos prometieron un “hub regional”, un “aeropuerto modelo”, un ícono de modernidad. ¿Y qué tenemos? Una infraestructura que más parece la nave industrial de una fábrica ochentera reciclada para despachar maletas con retraso. Una vez más, soñamos en maqueta… y aterrizamos en el desencanto.

Red+ Noticias de Colombia anunciaba que el aeropuerto El Dorado había sido distinguido por la Air Cargo Excellence como uno de los mejores de América Latina. Servicios eficientes, conexiones fluidas, estándares internacionales. Y mientras Bogotá despega, el Jorge Chávez apenas rueda en pista con el tren de aterrizaje flojo y el fuselaje de promesas incumplidas.

¿Recuerdan el proyecto del nuevo aeropuerto de Lima?. Esa maravilla que en las presentaciones parecía el primo hermano de Changi en Singapur: pasarelas de vidrio, techos curvos, arquitectura futurista, jardines verticales, eficiencia suiza. Bueno, resulta que el terminal en construcción —o ya entregado, según algunos titulares optimistas— se parece más a un almacén logístico que a un centro neurálgico de la aviación continental. Un hangar sobredimensionado con luces LED y poco más.

Se supone que íbamos a tener un aeropuerto de clase mundial. Pero parece que lo único mundial fue la desinformación. Porque en el país del “ya estamos trabajando en eso”, la modernidad es una promesa con fecha de caducidad invisible. La ampliación del Jorge Chávez, que debió marcar un antes y un después, ha terminado siendo una postal de lo que no se debe hacer: proyectos sin fiscalización ciudadana, sin exigencia técnica y con cero respeto por el usuario final.

Y claro, cuando uno pregunta por qué tanta diferencia con El Dorado, aparecen las excusas clásicas: la pandemia, el alza de precios internacionales, la complejidad del suelo, el clima, las fases “iniciales”, los procesos “evolutivos”. Pero lo cierto es que detrás de cada maqueta brillante, suele esconderse una cadena de licitaciones a media luz, de ajustes sin transparencia y de mediocridad institucional disfrazada de “avance progresivo”.

Y ni hablar de la experiencia del pasajero: colas interminables, pasillos sin señalética clara, obras eternas, y una sensación permanente de estar en un ensayo general… que nunca llega al estreno. Mientras El Dorado exporta eficiencia, el Jorge Chávez importa excusas.

La comparación entre El Dorado y Jorge Chávez no es solo geográfica. Es moral. Un aeropuerto es más que una pista y un duty free: es una promesa de país. Bogotá entendió que un terminal aéreo puede ser símbolo de desarrollo, eficiencia y visión. En Perú, seguimos entendiendo “modernización” como ponerle vinil brillante a estructuras grises y declarar “misión cumplida” antes del despegue.

Reflexión final
El nuevo Jorge Chávez tenía que ser nuestra puerta de entrada al siglo XXI. Pero, como muchas cosas en el Perú, se quedó atrapado en el umbral. Un aeropuerto que no despega, como un país que no termina de levantar vuelo. Tal vez la próxima vez que hagan una maqueta deberían agregarle algo de verdad. Porque maquillar no es lo mismo que construir. Y un hangar, por muy iluminado que esté, no es un aeropuerto digno de los peruanos.

Lo más nuevo

Artículos relacionados