Por Edwin Gamboa, fundador de Caja Negra
No están en los titulares. No son trending topic. Nadie les dedica comerciales con violines de fondo ni campañas emotivas en horario estelar. No tienen community managers ni frases de impacto editadas en Canva. Pero ahí están. Siempre han estado. Con la frente en alto, los hombros cansados y el alma invicta. Hoy no es un Día del Padre más. Hoy es un acto de justicia. Un reconocimiento postergado a quienes han sido —sin discursos ni flashes— los verdaderos pilares de esta nación que camina sobre sus espaldas.
¿Cómo no rendir homenaje a quienes han dado todo, incluso cuando han perdido tanto?. ¿Cómo se celebra a un padre que ha tenido que despedir a su hijo asesinado por la violencia, mientras los poderosos se reparten impunidad y promesas vacías?. ¿Cómo se agradece a quienes, sin descanso ni aplausos, se levantan cada día antes que el sol, sabiendo que el pan puede faltar y que el esfuerzo rara vez alcanza?. ¿Cómo abrazar, aunque sea con palabras, a esos hombres que se tragaron el llanto para no preocupar, que escondieron su dolor detrás de una sonrisa rota?.
En el Perú del 2025, ser padre no es un rol. Es un acto de resistencia cotidiana. Es enfrentar la incertidumbre con valentía. Es cuidar en un país que no cuida. Es amar sin garantías. Es ser fuerte cuando el alma quiere rendirse. Es volver a casa con los bolsillos vacíos, pero con dignidad intacta. Es dar ejemplo con la mirada, la actitud, el trabajo. Es enseñarle a un hijo que la decencia, aunque no se pague bien, vale la pena. Es improvisar, remendar, sostener, imaginar soluciones cuando todo se desmorona.
Ustedes no firman decretos ni inauguran obras. No legislan ni negocian poder. Pero construyen futuro, sostienen hogares, siembran valores. Ustedes, que han sido obreros, carpinteros, agricultores, mototaxistas, vigilantes, migrantes, maestros, emprendedores. Ustedes que, con un sueldo mínimo o sin sueldo alguno, hicieron magia para que nada falte. Ustedes que han comido menos para que sus hijos coman más, que han dormido poco para que sus hijos sueñen lejos.
Mientras una presidenta sin plan naufraga en frases huecas, mientras los congresistas se blindan entre ellos y el crimen se pasea por nuestras calles, ustedes nos recuerdan que aún hay hombres que cumplen sin excusas. Que dan sin esperar. Que están, incluso cuando todo está en contra. No con discursos. Con hechos. No desde el poder, sino desde la decencia.
Y sí, el Estado muchas veces los abandonó. Y sí, algunos hijos los olvidaron. Y sí, la vida los golpeó más de una vez. Pero ustedes no se fueron. No se rindieron. No se quebraron. Ustedes siguen ahí, enteros aunque dolidos, firmes aunque cansados, presentes aunque invisibilizados.
Este no es un día de mensajes reciclados ni de regalos de catálogo. Este es un día para mirar con respeto a quienes no necesitan homenajes porque ya tienen algo más valioso: la coherencia, la entrega, el amor de verdad. Es un día para decir “gracias” con el corazón y no solo con una tarjeta. Para pedir perdón si no se supo ver a tiempo. Para abrazar aunque duela. Para recordar aunque falte.
En tiempos en los que la moral se alquila y el poder se vende al mejor postor, todavía queda una figura que resiste con nobleza: el padre de verdad. El que cría. El que cuida. El que protege. El que no abandona. A todos los padres que no bajaron los brazos. A los que se quedaron, incluso cuando el mundo se caía. A los que batallan por su familia como quien defiende una patria. A ustedes, héroes sin capa, sin uniforme, sin escenografía… gracias. Por estar, por resistir, por amar.
Feliz Día, papás de carne, hueso y corazón. Papás con grietas en las manos y fuego en el alma. Papás que no se olvidan, porque nunca se fueron. Papás que son y serán siempre… el corazón indomable de nuestras historias. Y mientras ustedes estén, el país todavía tiene esperanza.